martes, 9 de febrero de 2016

Volare

    Ayer pasé todo el día en las nubes, y no es metáfora.El grueso de mi jornada se resumió en atravesar una tormenta de lluvia racheada y vientos de noventa por hora (por debajo de las nubes) para llegar al aeropuerto, coger un avión, despegar dando bandazos, subir por encima de esas nubes tormentosas, volver a bajar y volver a subir en otro avión, despegar en medio de una espesa niebla y aterrizar al lado de un volcàn y con los oidos taponados siete horas después. Por supuesto, peor se está en el andamio, y peor todavía en la cola para que te dejen subirte al andamio; pero como hubiera dicho mi abuelo, que jamás se subió en un avión, si fuera necesario volar nos habrían fabricado con alas.

    Ayer tocaba Alitalia, compañía que yo tenía sometida al olvido aeronautico desde mis tiempos de estudiante en el país de la bota y donde veo, con agradable sorpresa, que siguen respetando ciertos estereotipos: el avión huele a tabaco (prohibido terminantemente fumar en todos los vuelos desde 2005) las azafatas van exageradamente maquilladas y el piloto se larga al despegar un rollo de quince minutos donde ya nos avisa que el vuelo será agitado, nos cuenta todos los paisajes que vamos a ver (y que no veremos porque es de noche, pequeña precisión)  nos anima a relajarnos y solo le faltó invocar a la Virgen y hablarnos de su familia! Y una información adicional para los aeroaficionados: aún dan de comer, quizás por eso llevan años al borde de la quiebra.

    Pues bien, estoy en Sicilia, que está a dos pasos de las costas de Africa y apenas me he dado cuenta, más que por el excelente zumo de naranja del desayuno, porque estoy metida en un cubículo donde trabajo, que es casi igual al cubículo de cada día y ahora viene la moraleja: el avión se ha convertido en lo más parecido a esa máquina del tiempo con la que soñaron Julio Verne, HG Wells y tantos otros adelantados de sus respectivas épocas; a falta de  que nos teletransporten, que es algo que nos vendría muy bien para  ahorrarnos las esperas de los aeropuertos y ese gran momento en el que hay que quitarse el cinturón, los zapatos y enseñar con qué crema te acuestas y te levantas y el perfume que te pones, todo en frasco trasvasado de pequeño tamaño.

    Cuando salga del cubículo esta tarde, voy a ver si encuentro el Etna, que me han dicho que lo tengo
aquí a mis espaldas y ni lo he visto; y a ver si me entero finalmente de que estoy en una isla
mediterranea, a la cual he llegado en la máquina del tiempo como una señora y a la que llegan cada día unas pobres gentes en patera huyendo del infierno Sirio...Ellos sí que saben a donde llegan,
aunque no siempre saben lo que les espera, pobre gente. Para ellos, la máquina del tiempo no es más que un bote inflable, y no es del tiempo, sino de escaparse o morir.

    Y para concluir una entrada dedicada a las horas de vuelo, una cancioncilla alusiva:



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