viernes, 6 de noviembre de 2015

Esforzados electores

   Miro el buzón de mi casa cada mañana, antes y después de ir a trabajar, nada por ahora. No crean que estoy esperando alegremente un regalo de Amazon o fatalmente una multa de tráfico, hace tiempo que nadie me escribe una maldita carta, no es época de postales veraniegas (que tampoco escribe nadie, para eso están los selfies) y tampoco creo que me persiga la agencia tributaria. Cada mañana contemplo mi buzón dramáticamente vacío ante mi desesperación. Qué espero? algo tan simple como mi convocatoria electoral; por si ustedes no lo saben, los casi dos millones de electores del censo español que vivimos fuera de España resulta que para votar tenemos que realizar un trámite previo, consistente precisamente en comunicarle al estado español nuestra intención de votar. Y para manifestar esa intención necesitamos que, previamente, la Oficina del Censo Electoral se ponga en contacto con nosotros (por carta en pleno siglo XXI) y que nosotros respondamos afirmativamente (por carta también) con fotocopia del DNI por medio y esperar a que las papeletas lleguen a tiempo. 

    Pongamos que la papeletas llegan a tiempo, algo que no siempre ocurre y que, concretamente a mí en mis 25 años de extranjería me ha ocurrido lo contrario  ya varias veces; hay que votar con un procedimiento de sobres superpuestos, estilo muñecas rusas, explicado de forma bastante farragosa. Los expatriados, insisto, dos millones de votantes, somos en gran mayoría gente que sabemos juntar dos números y unas cuantas letras, pero aún con esa premisa, si no se lee uno al menos dos veces las instrucciones, lo más común es que el sobre que tenía que ir dentro del otro lo coloquemos mal y que el voto sea nulo. Bien, pongamos que todos los sobres están convenientemente encajados; lo siguiente es encaminarse a una oficina de correos (otro recuerdo del siglo pasado) y enviar la total a la Junta electoral Provincial, de la provincia de cada uno. Envío certificado con portes pagados en destino que, hasta no hace mucho pagábamos los sufridos votantes que debíamos rellenar simultáneamente un impreso en el cual reclamábamos el coste del envío certificado, unos cuatro o cinco Euros que meses después el estado español nos devolvía vía giro postal: seguimos retrocediendo y estamos ya en el siglo XIX .Terminadas todas estas operaciones, sólo queda enconmendarse al cielo, los santos o a Buda si se tercia para que el sobre llegue a tiempo o no se pierda por el camino, aunque he de decir que servidora, llegada al punto de hacer el envío desde la oficina de correos, (que en mi caso es un mostrador dentro de un supermercado Carrefour) ya da el voto por emitido y el deber ciudadano por cumplido. Este es el absurdo procedimiento que se sacaron de la manga los dos partidos mayoritarios en el 2011 y que se está convirtiendo en un martirio para muchos españoles por el mundo.

    Si quieren unas cifras que acompañen este bonito procedimiento se las doy. De los dos millones de esforzados electores, redondeando cifras, la mayor concentración se encuentra en Argentina (392.000) seguida de Francia (194.000) y Venezuela (159.000). No les extrañará a ustedes, que en las últimas campañas electorales, nuestros viejos políticos de viejos partidos sólo se desplazaran a Buenos Aires a pedir el voto de esos paisanos que desde tiempos remotos reciben en aquellos países del Cono Sur (Argentina, Chile y Uruguay) el apelativo de "Gallegos", aunque alguno que otro venga de Huelva. O que en las autonómicas gallegas el voto de los residentes  en el extranjero se corteje con especial mimo, como no se hace en las demás ocasiones. Yo desde luego no me siento en absoluto cortejada y sí profundamente despreciada por las autoridades que manejan el censo de mi país, porque a día de hoy la convocatoria no me ha llegado, el plazo de las reclamaciones se cierra el lunes y por medio transcurre un fin de semana. Es más, como creo que votar es mi derecho y el único poder del que dispongo para decirle a los que me gobiernan que me gusta o no me gusta lo que hacen o han hecho, así que en este preciso momento me siento una ciudadana de segunda clase.

    Habrá quién me diga que cosas más graves hay en la vida y que si no tengo otra cosa de la que preocuparme;  pues da la casualidad que, en este preciso momento sí tengo cosas más importantes de las que ocuparme y preocuparme, pero si comienza a no importarnos el ejercer un derecho por el que nuestros mayores pelearon y que hay a quién le ha costado la vida, mal vamos. Y peor ejemplo damos a toda esa tropa juvenil que ya nos mira de reojo sólo porque votar nos parece importante.  Por lo demás, me quedo esperando al cartero, y rumiando mi rabia.

   

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