jueves, 26 de noviembre de 2015

...Como el valor al soldado

    Hace unos días cuando escribia con miedo y pesadumbre sobre el tiempo presente, una de mis lectoras, que me conoce desde niña me animaba recordàndome que yo era (porque ya no creo serlo ahora) una mujer valiente. Si rebusco en mi profusa memoria, recuerdo siempre mi terror por los bichos de plumas, los tiros y petardos y hasta por los cabezudos de las fiestas patronales; no recuerdo nunca haber  sido especialmente valiente, quizàs algo echada hacia adelante y animosa, que no es lo mismo. También recuerdo que en unos años de mi vida en los que tuve que tomar ciertas decisiones laborales y personales, tenía siempre a mi lado a una querida amiga italiana que me llamaba "soldattino di piombo", supongo que no necesitan ustedes la traducción. Lo que no me explico es cómo he conseguido engañar a tanta gente durante tanto tiempo...Yo soy una gran miedosa.
    Una gran miedosa a quien los acontecimientos están sometiendo a una dura prueba, porque quizàs hace veinte años podía permitirme el lujo de ser valiente e incluso temeraria, cuando me paseaba de un país a otro con una cazadora de cuero y una mochila vieja; ahora, mis circunstancias, que son las de muchos como yo, me han hecho dejar de ser valiente para ser simplemente prudente, y ahogar mis miedos en la copa de vino de por las noches y en el café mañanero, para no transmitírselos gratuitamente a mis seres queridos, que ya llevan lo suyo y que aún (dos de ellos) tendrán que pasar miedo para hacerse grandes. Esta mañana se me ocurría todo ésto mientras veía a los padres depositar a sus hijos en los colegios después de pasar cuatro días encerrados en casa por culpa de la amenaza terrorista y del miedo colectivo, claro.

    Yo de valentía ando muy justita, y las dosis que me quedan las iré administrando de aquí en adelante porque creo que me van a hacer falta: para volver a pisar un centro comercial, un cine (adosados por desgracia, casis siempre a los centros comerciales); para montarme en el metro sin mirar mal a todo aquel que lleva una sudadera con capucha, una barba larga y una mochila; y sobre todo, para montarme en trenes internacionales, aviones trasatlánticos y toda esa serie de actividades viajeras a las que le dedico con entusiasmo casi todo mi tiempo libre. En este momento, hasta ir a la peluquería se me aparece como una actividad peligrosa, y así no se puede vivir. Para alguien como yo, que no frecuenta las iglesias, no reza, y no practica el yoga ni la meditación (por falta de tiempo, no de ganas) y no tengo psicoanalista de cabecera no quedan muchos métodos de superar estos miedos más allá de la autosugestión.

    Para comenzar con ella, he leído hace unos días en la prensa que sólo la soledad es peor que el miedo, y que las personas que se sienten solas y sufren por ello tienen las defensas más bajas y se enferman a menudo. Vaya! creo que en ese punto tengo el clavo ardiendo donde agarrarme, pues no creo sufrir de soledad y estar bien rodeada por personas a las que quiero y, creo yo, que me quieren; será por eso que paso el invierno sin apenas un mal catarro, mis leucocitos deben estar bastante contentos y me defienden adecuadamente. También he descubierto el humor negro como fuente de bienestar, cuanto más negro y más corrosivo mejor, porque tiene un poder exorcista que otras formas humorísticas no tienen. Les aconsejo a los aficionados con conocimientos básicos de francés, que busquen las caricaturas de un cierto Pierre Kroll en la web...impagables!


    Y para terminar con estas líneas exorcistas del miedo, les dejo con una cita de Arturo Pérez Reverte, que no es para nada uno de mis escritores favoritos y que suele ponerme bastante nerviosa con muchas de las cosas que dice, pero que ha acertado de pleno cuando ha dicho hace unos días que "hay que temer sobre todo a los que no temen más que a Dios". A ciertas personas se nos supone el valor, como al soldado...Y no es verdad.

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