miércoles, 2 de septiembre de 2015

El largo y sinuoso camino de la sabiduría.

    Los escolares de mi casa ya han emprendido el camino del colegio y como poco a poco se van arrimando a la edad adulta, ya han comprendido que a este cole, donde muchas veces se aburren y del que tantas veces reniegan, les seguiran otros coles donde con suerte se aburrirán menos (Universidad y similares) y después otros donde con un poco de suerte les pagarán por ir, llámese a ésto último, trabajo.

    Supongo que con esta lenta marcha camino de la edad adulta, irán asimilando también que la vida es una eterna búsqueda de la sabiduría, trabajo inútil donde las haya, porque a la sabiduría nadie llega y apenas unos pocos la vislumbran. Yo sigo empeñándome en ello, intentando añadir cada año que pasa alguna curiosidad satisfecha, algunas palabras nuevas a esos varios idiomas que hablo, un nuevo país conocido o un poco de lectura formativa. Incluso sigo empeñándome en tocar el piano, aunque después de diez años y de mis esfuerzos poco productivos no sé si este camino lleva a la sabiduría o a la desesperación...El tronco del árbol de mi vida empieza ya a tener muchas capas, y yo sigo sin verle el rostro a la diosa sabiduría, aunque ésto último me lo callo delante de mis criaturas porque no quiero que se rajen de tan noble afán. 

    En este curso que comienza, con toda la pereza infinita que me dan los madrugones, la rutina horaria, la obligación de acostarse pronto, los días que se estrechan y ya no tienen veinticuatro horas sino sólo la mitad, la ropa que se queda pequeña, los zapatos que se rompen y el invierno que se posiciona al acecho; en este momento álgido del año, digo, me gustaría poder asegurarme que los nueve meses próximos traerán sapiencia a raudales, y que su sola búsqueda animará a mis chicos a subir esa  montaña escarpada llamada curso escolar. Aún no han llegado a ese momento de sus vidas en el que se darán cuenta que aprender es más estimulante que aprobar, pero espero que lo alcancen. 

    Y espero también seguir andando por el mundo llena de dudas y peleando por resolverlas, pues nada hay más ficticio y menos soportable que ese género humano que se cree en posesión de la verdad absoluta. Este verano, por razones que les ahorro, he mantenido muchas conversaciones de salón (playa en este caso) sobre ese tipo de personas que da igual cuántas veces hables al año con ellas ni con qué frecuencia, porque ellas siempre están en lo cierto y tú no. Las personas que se creen dueñas de la verdad son peligrosas y tóxicas a partes iguales, porque la búsqueda de la sabiduría y la renuncia a la verdad única y propia requiere humildad y empatía, y ponerse en tela de juicio, todas ellas cualidades muy apreciables de las que estos seres carecen. No creo que sea una mera coincidencia que los fanáticos religiosos y los grandes dictadores hayan sido todos unos iluminados valeedores de su sóla verdad, única y unìvoca: de ahí su peligrosidad. 

    Por eso animo a mis herederos a que vayan a ese colegio que tanta pereza les da en busca de la sabiduría tanto o más que en busca del aprobado, porque eso les hará personas más felices y sobre todo más agradables para sus prójimos. Y sólo estamos a 2 de septiembre...Nos quedan unos cuantos meses por delante para conseguirlo, ánimo valientes!

Nota final: los muy aficionados reconocerán que parte del título se lo he copiado a una canción de los Beatles, que hoy he vuelto a escuchar. Aquí se la dejo para que la disfruten. 


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