jueves, 24 de septiembre de 2015

Des-madre

    "Desmadre" según el diccionario: desbarajuste, caos, confusión o jolgorio incontrolado. Y digo yo que la cosa vendrá también porque todo eso se produce en ausencia de la madre, puestos a buscar el origen etimológico. Desde luego, para que haya un desmadre hace falta que primero haya habido una madre, y a ser posible controladora y "encimera" (encimera de estar "encima") de esas que quieren saber dónde has estado, con quién, cuanto tiempo y de paso te ordenan los cajones y los armarios con la esperanza de encontrar algún indicio de tu vida que se les escapa. Para que haya desmadre en una casa, tiene que haber una madre que no permita que se mueva ni un visillo de su lugar natural, que sepa cuántos yogures y exactamente de qué sabores quedan en la nevera y dé el grito de alarma cuando alguien haya cogido el que no le correspondía. No sigo poniendo ejemplos pero les aseguro que sé de lo que les hablo; me temo que mis coetáneos,  y yo como la que más, tuvimos todos una madre de esas que cuando salían por la puerta de casa y se iban de viaje (rara vez) provocaban un auténtico desmadre en su ausencia. 

    Cuando hablo con muchas de mis amigas de este tema apasionante, nos preguntamos que es lo que ha fallado para que, intentando nosotras no ser unas madres como aquellas, en muchos casos nos hemos acabado pareciendo y lo que es peor: cómo siendo como somos tan colegas, y tan liberadas (y ciertamente liberales) y tan comprensivas, y tan desdolidas para estas casas nuestras donde las neveras tantas veces están vacías y los cestos de la ropa sucia tan llenos; cómo, con todo ese concurso de circunstancias no podemos hablar de desmadre a nuestro alrededor y en cierto sentido, estamos todas deseando comenzar a practicar el "des-madre"? (en dos palabras que diría Jesulín de Ubrique). Misterio sin resolver. 

   Nuestros hijos disfrutan de unas madres que tienen mil preocupaciones al día como para ponerse a controlar quién se ha terminado las bebidas que había en la nevera; tienen unas madres que les dejan vestirse de mamarrachos y teñirse el pelo de colores sin decir nada, simplemente esperando a que algún día el ataque de mal gusto se les pase. Viven en unas casas llenas de aparatos a su servicio, salen de noche hasta horas imposibles sin que nadie les pida cuentas y bastante más a menudo de lo que sería conveniente para sus edades; tienen unas madres  que hacen la compra por Internet al mismo tiempo que cosen el dobladillo de un pantalón con unas puntadas imposibles y descongelan un solomillo de tiempos de Recaredo para cenarlo al día siguiente. Si además es una madre con iPhone, estará controlando su correo electrónico, comprando un billete de avión y hablando con su secretaria a través del SIRI, porque esa es la gran novedad: nuestros hijos tienen madres (y no sólo padres) con secretaria, sólo que esa madre directora general de cualquier cosa es, a su vez, la secretaria de sus hijos. 

    Con semejante zona de confort, queda claro que el desmadre ya no es una actividad que ejerzan los hijos, sino que llega un momento en el que las pobres madres se hartan y se dedican al "des-madre". Yo misma me he dejado llevar por la corriente de opinión reinante, esa que dice que los padres del siglo XXI somos perfectos y estamos presentes en cada momento de la vida del retoño y ahora creo que voy a tener que emplearme a fondo en el des-madre, que no es ni más ni menos que conseguir que se hagan mayores de una maldita vez. 

    Para que el des-madre surta efecto hay que olvidarse de comprar el pan, dejar de echar a los chinos con tu cónyuge quién va a recogerlos a la fiesta de turno, dejar de sacar la basura a la calle a riesgo de que la entrada de tu casa se convierta en un estercolero, no pasear al perro si hay perro y no poner ni quitar la mesa una sola vez al mes. Para que el des-madre sea verdadero hay que dejar de ser la memoria histórica de la casa, no apuntar las fechas de los exámenes ni las de las citas con los profesores; hay que tener el valor de mirar para otro lado cuando no encuentran el diccionario de inglés, las botas de fútbol o su camiseta favorita no está lavada y planchada. Hay que soportar esos malditos cestos de la ropa sucia rebosando de calcetines desparejados y olvidar que hubo un tiempo en que fuimos casi, casi imprescindibles. Y subrayo lo del "casi" porque decía mi padre que de imprescindibles están llenos los cementerios. Para que el des-madre ocurra hay que olvidar que un día quisimos ser madres con todas las letras, algunas casi con rabia, y muchas, en el último suspiro posible. No les oculto que para proceder al des-madre hay que tener una madera especial y que hay quien lo consigue en dos patadas y quien no lo consigue nunca. Como en la vida hay gente que  tiene miedo a morir sola y hay otros que no. Yo pertenezco a los primeros, quizás por eso el des-madre se me está dando tan requetemal...

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