viernes, 17 de julio de 2015

Grabado en piedra

    Hubo un tiempo en el que los políticos eran grandes oradores, capaces no sólo de vencer sino además, parafraseando al viejo Unamuno, también de convencer. Luego muchos de ellos fueron también grandes mujeriegos, pero de sus vidas privadas, afortunadamente no nos hemos enterado hasta muchos años después, sin que su política se resintiera por ello. El arte de hablar y de dejar frases que, de alguna manera merezcan ser grabadas en piedra y contempladas por muchas generaciones venideras es ya una causa perdida entre la gentuza que nos gobierna, que a lo mejor no son mujeriegos ni su equivalente femenino, pero tampoco saben hablar. 
    Hoy he pasado el día visitando en Washington los llamados "Memorials", un gran parque a cielo abierto con varios monumentos de homenaje a los padres de la patria, heroes de guerra y prohombres ilustres. Me he entretenido en traducirles a mis herederos buena parte de las frases, discursos, declaraciones y alegatos grabados en piedra que los monumentos contienen; me digo que algo quedará de todo lo que les cuento. Nos hemos detenido especialmente en los monumentos dedicados a Martin Luther King y a Franklin Delano Roosevelt, por razones históricas quizás los más atractivos y además, estéticamente los más conseguidos, hecha salvedad de la imponente estatua de Abraham Lincoln. Al final de las varias horas de visita, con el estómago ya reclamando su dosis y un sol de plomo sobre la capital de los poderosos, una frase de Roosevelt capta la atención de toda mi familia: "la prueba de fuerza de nuestro progreso no consiste en añadir más abundancia a quienes ya poseen mucho, sino en propocionar lo suficiente a quienes tienen poco" . Pronunciada en 1933, tras la más tremenda crisis económica jamás contada. 
   No sólo fue Roosevelt un brillante orador sino además, como suele ser el caso, una persona compasiva e inteligente. También tuvo a su lado a una mujer brillante (a la que engañaba) y a un economista que a día de hoy sigue siendo indiscutible en su sabiduría (Keynes) y además le hacía caso, no como sucede ahora cuando los economistas inteligentes dan gratuitamente su opinión, porque los mediocres la cobran. Y así les fue, y así nos va; esa es la diferencia. Y yo sigo visitando Washington, que aún me queda mucho que aprender.

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