lunes, 20 de julio de 2015

El síndrome de Washington

   Yo cuando viajo padezco a menudo el síndrome de Stendhal (no digo siempre porque a veces viajo a sitios feos) y muchas veces el síndrome de Estocolmo, pues fácilmente me dejo impresionar por los sitios visitados. Esta vez padezco un nuevo trastorno, que bautizaré como "síndrome de Washington" consistente en dejarme poseer mentalmente y, por supuesto, caer fascinada por una ciudad llena de museos y sitios de interés histórico y monumental, donde todo es gratis. Y en esa gratuidad se incluye la posibilidad de reservarlo todo por Internet para evitar colas, la limpieza de los lugares, la amabilidad de los porteros y vigilantes, la claridad de los mapas para orientarte, el orgullo de quienes te lo enseñan como propio (aunque evidentemente son cosa pública) las excelentes explicaciones, la buena iluminación, los baños limpios y las cafeterías a precios abordables. Les aseguro que tras visitar los museos estatales de Washington DC veo difícil volver a caer por el Prado o el Louvre y contemplarlos con los mismos ojos que antes. 
    Para que me entiendan: yo no voy a las iglesias a recogerme, ni practico la meditación en mi casa, así que los museos, y especialmente los de pintura, son los lugares en los que me abstraigo del mundo y dejo que mi mente se vacíe de nubes negras y se regenere. La National Gallery de Washington ha sido hoy la mayor cura de belleza y emoción estética que me he procurado a mí misma desde hace muchos meses. Como lo fue hace dos días la Biblioteca del Congreso o hace tres la colección Phillips. Entre todos han puesto el listón muy alto e insisto dando tanto por tan poco, y encima, agradeciéndote el personal que hayas pasado por allí y apreciado la visita. 
    Me acordaré de todo ello la próxima vez que haga una cola en cualquiera de los museos de la capital de España, que tanto presumen de ser la avanzadilla de Europa por estar todos alineados en la misma calle. Viniendo de un país que sube el IVA cultural hasta límites que convierten a una pinacoteca en un cabaret de lujo, comprenderán que me maraville el contemplar toda una colección de Goyas y Grecos (estos últimos de los mejores que he visto nunca) a coste cero, rodeada de un público amable y  silencioso. 
    Y encima, en la preciosa tienda de la National Gallery me he encontrado con una prima mía a la que hacía por lo menos catorce años que no veía! Hay días en los que todo sale bien.

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