martes, 26 de mayo de 2015

Psicoanálisis barato

    Hace unos días, en una cena multitudinaria a la que estaba invitada, alguien me felicitó por la entrada del blog anterior a ésta (que por cierto ha levantado ciertas ampollas)  y me preguntó por los motivos que me empujaban a escribir. Creo que dejé algo chafado al que preguntaba porque mi única y poco altruista respuesta es que escribir un blog es la forma más económica de psicoanálisis que conozco, con un efecto terapéutico y reconciliador de mí misma con mi yo interno (se acuerdan ustedes de Kant?) que vale más que mil sesiones que me puedan dispensar los sabios doctores en psiquiatría. Cada uno se aplica la medicina que le sirve, digo yo. 

    La cuestión es que no todos los días encuentra una, no motivos (que esos me sobran) para escribir, sino una idea que sea lo suficientemente atractiva para desarrollar, porque por mucha terapia que me aplique con el invento, tampoco me voy a pasar la vida hablando de mis cosas, caramba. Y hay días en los que encuentro una idea que me parece más o menos brillante, o al menos defendible, o por lo menos argumentable y recibo palos por todos los lados, vía mail, Facebook, o en vivo y en directo, que también me ocurre. Como ésto tiene tanto de psicoterapia como de experimento sociológico, las críticas también me sirven para hacerme mejor persona, o por lo menos un ser humano comprensivo y tolerante, que es como me gustaría ser recordada el día de mañana, visto que ya he declarado varias veces que ha dejado de interesarme lo de ser guapa y que me quiera toda la población mundial. Así que, amables lectores, me reitero en que Italia no es España como ya dije hace algunos días, y comprendo que no guste que yo encuentre mayor parentesco con la población de allende el Estrecho, aunque quizás pequé de poca claridad expositiva pues me faltó decir que en lo religioso me siento en sus antípodas (aunque también me siento en las antípodas del Vaticano, vaya); y ya me imaginaba yo que a más de uno no le iba a gustar la comparación. De paso, hasta me llegaron observaciones con vivas a Edurne la de Eurovisión, que no sé qué pintaba en todo ésto, pero también se admite a trámite, a mis años he aprendido a escuchar las razones de todo quisque, mientras no sean racistas u homófobas. 

    Y si me dejo llevar por el egoísmo literario, hoy escribiría de lo bien que me siento después de haber hecho ayer catorce kilómetros en hora y media; de lo bien que olía la calle cuando la he pisado esta mañana a las ocho, porque ya está la primavera rabiosa entre nosotros; de lo que me gustaría sentarme en mi sofá y tragarme de una tacada los tres episodios que me faltan para acabar la quinta temporada de "Downton Abbey" y que no encuentro  el momento;  de lo mucho que echo de menos a ciertos amigos a los que hace años que no veo, de lo aburrida que me tienen los del seguro de mi nuevo coche, que me llaman todos los días dos veces, de la pena que me dan mis hijos en estos días, estudiando el número "e" y haciendo análisis morfosintáctico a todas horas, y de alguna que otra minucia más que me dejo en el tintero. Pero el psicoanálisis, por barato que sea tampoco se puede llevar a la exageración, así que me guardo éstas, y otras reflexiones parecidas para mí. 

    Los lectores exigentes me pedirán que de mi opinión sobre las elecciones, sobre si el batacazo se lo han dado los del PP o en realidad los de Podemos, que tampoco agarraron tanto pastel como esperaban; sobre si Mariano y Esperanza deben seguir o no,  o sobre los motivos de Rosa Díez para dimitir. Pues sólo les diré una cosa: a mi lo que más me gusta de estas elecciones es que en casi todas partes se van a tener que sentar a hablar los unos con los otros, guardarse sus caras de perros y sus líneas infranqueables, dejar de insultar al contrincante y empezar a pensar que quizás en ciertas cosas haya que darle la razón, y en eso, señoras y señores, en eso sí empezaremos a parecernos a nuestros vecinos del norte. No es mal comienzo. Y si les parece mal, no duden en comunicármelo, soy toda oídos.

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