domingo, 10 de mayo de 2015

Pactos sin sangre

    Hace dos días me encontré al volver a casa con un aviso de correos, certificado al canto. Ya sabía que serían las papeletas para votar el 24 de mayo, así que a pesar de que correos no me cae de camino y que me ha costado dos idas y venidas en dos días diferentes, al fin he recuperado el envío certifcado con mis papeletas y podré votar, una vez hecha mi elección, incluida una fotocopia de mi pasaporte, rellenado un papel y cumplimentadas otras instrucciones; y  por supuesto, un nuevo paseo a la oficina de correos, porque el envío es certificado. Ya ven ustedes que la operación es engorrosa, aunque yo me someto a ella con alegría; votar como "residente ausente" (así nos llaman) es una tarea bastante poco agradecida y asaz engorrosa. Lo he hecho sin faltar una sola vez desde que me estrené en 1983 con el referéndum de la OTAN, y pienso seguir haciéndolo hasta que se me caigan los dientes; lo he hecho cuando de poco servía y también en ocasiones trascendentes,  porque yo soy de esas que aún me creo que el voto es útil y que es la única oportunidad que tengo de que mi voz se oiga.

    Padezco de ingenuidad electoral, qué le vamos a hacer; como otros muchos padecen de pereza electoral, que los hay. Yo no sé si esta vez los perezosos electorale se habrán leído los sondeos (yo sí) y si con unas elecciones más empatadas que la Liga de fútbol, al menos en esta ocasión  tendrán ganas de acercarse a las urnas, cuesten los paseos que cuesten. A ver si esta vez la abstención no tiene varias decenas en sus cifras y todo el mundo arrima su voto al fuego porque, señoras y señores, esta vez los amos del fuego van a tener que sentarse a negociar, gran novedad. 

    Pactar, negociar, transigir, crear acuerdos, formar un gobierno con otro partido, cosas para las que la clase política española no está en absoluto preparada; y un signo más de que nuestra democracia que algunos ya ven astracanosa, aún padece de acné juvenil. Apenas se han dado tres grandes pactos en nuestra historia posterior a Franco: la amnistía generalizada para los presos políticos (1977) los Pactos de la Moncloa ( en 1977 y hasta hoy día el mayor acuerdo económico social de la democracia) y la Constitución de 1978; ya ven que todo acurrió en poco tiempo y en esos años de la Transición que los politiquillos televiseros juzgan trasnochada sin darse cuenta que transición se escribe con la "t" de transigir y con la de tolerancia, palabras desconocidas hasta entonces por el amado pueblo. Desde entonces acá, a nuestros políticos se les olvidó que existe la posibilidad de pactar y llegar a acuerdos con el enemigo por el bien común; y en muchos casos hemos pagados los costes del desacuerdo, que han sido muy elevados, y para muestra miren cómo andamos ahora. Nadie les contó que la democracia es precisamente el sistema de gobierno que permite convivir en condiciones de desacuerdo. Las reuniones de las comunidades de vecinos (sobre todo las playeras) son un buen ejemplo de esta ignorancia. 

    Las campañas electorales, con toda su carga de violencia verbal y agresividad mediática, con todas sus promesas incumplidas y todas esas líneas rojas que los candidatos juran en vano no cruzar, son a la postre un impedimento para llegar a cualquier acuerdo decente. A los españoles nos gusta que nos prometan cosas y después, como no somos rencorosos, olvidamos las promesas incumplidas. Yo tengo la impresión de que en España los políticos hacen mucha campaña  y gobiernan poco; porque gobernar es mucho más complicado que arengar a las masas en una plaza de toros. Gobernar obliga a pararse y reflexionar, tomar decisiones de peso y hacer concesiones para el bien común y no sólo para el de los propios votantes y ahí es donde, se siente, no nos hemos hecho mayores de edad, políticamente hablando. 

    Yo les confieso que esta vez voy a votar más que siguiendo mis convicciones, pensando en el día después y en como se las van a tener que componer estos señores y negociar con otros señores con los que discrepan. Tengo la esperanza de que, a partir del 25 de mayo y, sobre todo en noviembre, nuestros políticos tengan que pasar varias horas en torno a una mesa, tomar muchos cafés, tragar muchos sapos y culebras y buscar un prójimo con quien entenderse. Quizás entonces sí, de una vez y para siempre nos hagamos mayores y con nosotros esta nuestra democracia, aún adolescente, hormonada, imberbe y con acné juvenil.

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