jueves, 5 de marzo de 2015

Retorno a Katy Perry (en V.O. "Katy Perry revisited")

   Me escribe una lectora hace unos días preguntándome si sólo escucho música clásica y voy a conciertos de orquestas sinfónicas; y si hubiera seguido preguntando probablemente lo siguiente hubiera sido saber si soy de verdad una persona tan aburrida como parezco con semejantres aficiones. Me gustaría que me hubiera visto ayer noche, cuando pasé una prueba de fuego como sólo una madre de familia de las de ahora somos capaces de pasar: fui al concierto de Katy Perry acompañando a mi hija, para más inri, a cincuenta kilómetros de mi ciudad, y con gran sorpresa por mi parte, sobreviví a la experiencia. Me hubiera gustado ver a mi madre hace treinta años acompañándome a un concierto de Madonna, por encontrar un ejemplo paralelo...

    Lo de ayer fue una experiencia múltiple y multimedia, donde lo musical era casi anecdótico al lado de las imágenes tridimensionales, los vídeos, los hologramas, los malabaristas, contorsionistas, pirotecnia, tragafuegos, millones de decibelios y quién sabe cuantos kilovatios de potencia no apta para cardiacos. La chica canta como los propios enemigos, aunque tuvo un momento "mi guitarra y yo" que no estuvo mal. El espectáculo fue alucinante y yo diría que, por momentos, alucinógeno y digno de las mejores películas de Fellini. La cosa comienza con la artista, vestida de colegiala de los años '50  emergiendo de una pirámide (mucha cosa egipcia de todos modos) y comienza a cantar escoltada por unos guerreros watusis con pinta de raperos neoyorquinos. A partir de ahí, dos horas sin pausa de efectos especiales, griterío en las gradas y mucho desgaste físico por parte de nuestra Katy que demuestra tener poco oído, pero una forma física a prueba de juegos olímpicos y que, dicho sea de paso, por lo que brinca, jalea y recorre el escenario por tierra y por aire (literal) se gana merecidamente cada dólar que le pagan. Les muestro el arranque, para que vean que no exagero ni un ápice:

  

    Yo, mientras veía a mi hija y a su amiga disfrutar como enanas, me dediqué a lo mío: observar y sacar conclusiones. La principal es que el publico de los grandes conciertos ha cambiado, y que está uno más seguro en estos macroeventos que paseando por la acera de una calle, pues no hay más que padres y madres acompañando a unos retoño de edades cada vez más tempranas que, en otros tiempos, estarían ya en el séptimo sueño a la hora en que la estrella principal salía de la pirámide de marras. 

    Constato igualmente que el móvil es artefacto indispensable para acudir a estos eventos, porque permite grabar, autoretratarse, retratar al vecino y decir en tiempo presente "yo estuve allí"; porque ya saben ustedes, si no hay Selfie es que no ha sucedido. Para tranquilidad del público, no hay que apagarlo porque en medio del estruendo general, da igual que suene o que pegue alaridos y además sirve de linterna para encontrar el camino del aseo, o de bengala de servicio cuando el artista pide su momento de luces que acompañan la canción lenta. Ya saben: "no móvil , no concierto". 

    Saqué también otras conclusiones menores: los americanos saben mucho de escenas, escenarios y como llenarlos; ellos saben crear espectáculos de masas y nosotros no; y la música de las radios debe haber cambiado mucho porque yo dejé de oirla cuando aún sonaban Phil Collins, Sting y Bruce Springsteen y estas canciones de la Señorita Perry me parecían todas sintonías de cuña publicitaria, cuando en realidad son las que suenan a todas horas en la radio. Con ésto le estoy dando más argumentos a la esa señora que piensa que soy una aburrida que sólo escucha música clásica, aunque le aseguro que gracias a mis hijos he descubierto a Charlie Winston y a Daft Punk, que me gustan bastante; como descubrí hace unos días gracias a los Oscar que Lady Gaga tiene un pedazo de voz: 



    Y una última y definitiva conclusión: lo que uno está dispuesto a hacer por los hijos, no está dispuesto a hacerlo por nadie...Creo que me han entendido!

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