jueves, 26 de marzo de 2015

Primera salida del armario:ser (o no ser) guapa

    En las próximas semanas me voy a acercar sin prisa pero sin pausa a un precipicio que se llama medio siglo de vida. Me fastidia enormemente dejar de ser una cuarentona más o menos de buen ver para ser una cincuentona con todos sus años, sus canas teñidas y su lorza en la barriga. Ahora bien, voy a parovechar la coyuntura para salir del armario de unas cuantas cosas (tonterías en suma) que hasta ahora me importaban y que a partir de ahora he decidido por real decreto y privilegio de la edad, que ya no me van a importar más. Primer ejemplo? ser guapa, o parecerlo, o las dos cosas. Déjenme que les cuente con detalles. 

    Yo crecí en una especie de casa de Bernarda Alba sobredimensionada, porque no sólo había madre, hermanas, colegio de niñas, amigas propias y de la madre y vecinas; sino que también participaban en ello tías, primas, una abuela y varias tías abuelas a quienes conocí y frecuenté hasta bien entrada mi edad madura. El resultado de toda esta abrumadora presencia femenina fue que servidora llegó a pensar que ser guapa era poco menos que un deber ciudadano, porque en ese microcosmos de mujeres que me rodeaban por todas partes, las mujeres eran guapas, o no eran, así de simple. Cuando se sacaba un nombre femenino a colación en las mesas camillas y largas sobremesas de entonces, lo peor que se podía decir de la susodicha es que era fea sin remedio, porque si era guapa y energúmena, aún se le concedía cierta indulgencia. También había una categoría de feas de purgatorio que las mujeres de mi familia ampliada calificaban con la frase "se saca mucho partido a sí misma", vamos, que se lo curraba y eso hacía merecedora del perdón a la indultada. Ser guapa era un oficio y un quehacer a tiempo completo siete días por semana. Si me han llegado ustedes a conocer sólo un poco en estos algo más de  tres años que llevo escribiendo, habrán llegado pronto a la conclusión que en aquella casa de Bernarda Alba yo era la oveja negra, el garbanzo negro y el caso social a tratar, porque ser guapa, o ni siquiera pretenderlo, era una prioridad inexistente en mi lista. Yo me encontraba un tanto rarita, y si hubiera sido una adolescente de "High School" norteamericano lo mismo aquello hubiera sido un motivo para liarme a tiros con medio colegio y presentarlo ante un jurado como atenuante.

    No me explico como se creo en mi familia esa tormenta perfecta en torno a la belleza femenina, pues que yo sepa no tengo ninguna antepasada Miss Venezuela ni ningún pariente cirujano plástico. La belleza de los hombres no era tema de conversación ni de debate, por contra. Y se planteaban grandes debates sobre la diferencia fundamental entre "ser guapa" (un hecho) y "estar guapa", que era un estado pasajero y por supuesto de menor valía. Y entre aquel mar de  conversaciones, aún recuerdo a una de mis tías abuelas que sostenía que las mujeres guapas podían ser hasta primeros ministros y gobernar sólo con el mero atributo de su belleza...No quiero ni imaginarme el chasco que se hubiera llevado mi tía de haber conocido a Angela Merkel! Ríanse de todo ésto, pero crecer así fue como ser vegetariano en casa del carnicero; y me temo que aquello no sólo me ocurrió a mí, sino también a muchas de mis coetáneas, que vivimos muchos años rodeadas de seres que en la lista de magnitudes contables nunca pusieron nuestros cerebros. 

    Ahora, gracias a los años pasados y vividos, he visto que además de la inefable Angela Merkel, de Margareth Thatcher, de Chavela Vargas, Bette Davies, Susan Sontag, Virginia Woolf o Frida Kahlo hay miles de mujeres anónimas, no especialmente agraciadas, que han triunfado en la vida y que han sido felices, e incluso alguna de ellas poderosas, sin necesidad de ser guapas, ni siquiera de esforzarse para ello. Las admiro y las envidio, aún sin saber si ellas llegaron tan tarde como yo a la conclusión de que ser guapa y proponerse llevar por la vida la guapura como bandera era extremadamente cansino. Tampoco envidio a las guapas de verdad, y siento cierta lástima por las guapas de profesión porque ya les digo, me parece un oficio a tiempo completo más cansado que mantener una granja de pollos.

     Si hay alguna cualidad que envidio es la bondad, por encima de todas las cosas, porque los humanos somos malos malísimos. Envidio a esos seres  humanos a los que todo el mundo recuerda con una sóla frase:  "era (o es) una buena persona". Eso sí que me gustaría, y tampoco sé si lo conseguiré, aunque les aseguro que me he esforzado más toda mi vida en ser una buena persona que una persona guapa. Probablemente no sea ni lo uno ni lo otro, pero que sepan ustedes, amables lectores, que ser una buena persona todavía me interesa, si no es demasiado tarde. La belleza externa es una asignatura pendiente, lo bueno, es que ahora, a pesar de todo lo vivido, me importa un comino!

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