martes, 6 de enero de 2015

Lo que arregla un Roscón.

    Esta mañana  a mi casa, en vez de los Reyes vinieron los fontaneros. Ya empieza a ser un clásico que en ciertas fiestas aparezcan Pepe Gotera y Otilio por la puerta, aunque la verdad sea dicha, en esta ocasión les he desplegado la alfombra roja, pues venían a arreglarme dos radiadores que no funcionaban y con tres grados de temperatura media  exterior casi que mejor que funcionen. Es más, he estado a punto de invitarles al Roscón que me estaba desayunando en ese momento gracias a la amabilidad de mi amiga Guiomar, que me lo ha hecho ella y me lo ha regalado; porque Guiomar, que es tan dulce y tan buena como los roscones que fabrica y además tiene nombre de dedicatoria poética (o de estación del AVE si eres de Segovia) se acuerda de mis nostalgias y casi cada año me regala un Roscón para endulzarme la amargura de la vuelta al ruedo cotidiano. Si ustedes no tienen una amiga como ella, les aconsejo que se la busquen cuanto antes.

    A mi casa no han venido los Reyes esta mañana, pero ahora que lo pienso, ya hace como más de veinte años que no vienen... Incluso puedo afirmar que no han venido nunca a una casa que yo pueda llamar mía, pues cuando los Reyes venían, lo hacían a la casa de mis padres. Después, una dejó de ser niña, muy a mi pesar, y después cuando tuve niños, los Reyes vinieron escasamente, y con intermitencia,  porque vivimos en el territorio dominado por San Nicolás y los Reyes no siempre nos pillan en la Madre Patria. Así que no sé qué hago aquí lamentándome de que no vengan los Reyes cuando en realidad, llevo más años de mi vida sin recibir su visita que recibiéndola. Probablemente son ganas de quejarse e insisto, si no fuera por el Roscón de Guiomar, hasta estaría de mal humor. 

    Supongo que, como dice mi sabio marido, no miro suficientemente a mi alrededor ni veo la cantidad de miserias que soportan los humanos, aunque creanme gente: si yo pudiera llevarle un Roscón de Reyes a cada persona que se siente miserable en tal día como hoy, vive Dios que lo haría, es más, le pediría la receta a mi amiga y hasta los fabricaría yo misma. El quid de la cuestión es que mi problema es insignificante, y se arregla con un Roscón, mientras que los de gran parte de la humanidad son gordos, y algunos no se arreglan ni con dinero. Eso también lo sé y me fastidia.

    Que cuál  era hoy mi problema? Pues que se acabaron las vacaciones, el ver una película detrás de otra, el pasar las tardes arrebujada en un sofá, el no tener que oir ese tormento chino de despertador, el compartir una caña y otra más con mis amigos, el pasar tiempo con mis hijos sin tener por medio un cuaderno de deberes; ya ven ustedes, nimiedades que, repito, se han arreglado con un Roscón de Reyes que me han regalado. Así que he decidido que soy una persona afortunada, porque los Reyes no han venido ni siquiera para traerme carbón, y no sólo no me importa que no hayan venido y en su lugar se hayan presentado los fontaneros, sino que, además el poco amargor de mi vida se me ha ido de la boca con un simple bollo cubierto de fruta escarchada. Soy una persona afortunada, vaya que sí!

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