lunes, 19 de enero de 2015

El odio

    En las varias décadas de vida que acumulo, he oído todo tipo de expresiones y proverbios que contienen el odio como concepto: "del amor al odio sólo hay un paso", "que me odien con tal de que me teman", "sólo se odia lo que una vez se ha amado"...Esta última me parece especialmente desacertada, pero las otras tampoco le andan a la zaga; No sé si lo que voy a contarles me hace víctima de mi educación cristiana, pero a mí me enseñaron desde las monjas de mi colegio hasta el último de los vídeos de autoayuda de Youtube que es más sano y reconfortante amar que odiar, y mucho menos estresante; y así procuro yo andar por la vida, amando todo lo que puedo y odiando muy poquito. 

    Porque mis odios los tengo, no se crean, incluso dos o tres bastante agudizados. Odio los bichos de plumas (especialmente las avestruces) los racistas primarios (aquellos que aún piensan que existen razas dentro del género humano) y la música "New Age", que en realidad está hecha para sacarte de quicio en la sala de espera de cualquier dentista en vez de lo contrario. Hay otras cosas que también odio en menor medida, como los callos, los programas de Tele5, los conductores borrachos, el invierno, el Pequeño Nicolás, las gominolas o los perros en los restaurantes y paro de contar, porque en el fondo, en esta lista secundaria hay muchas cosas que simplemente no me gustan sin llegar al odio visceral. 

    En cuanto a las tres inquinas principales arriba enumeradas, aunque son profundas y vienen de lejos, no se me ha ocurrido aplicar ciertas medidas radicales para acabar con ellas. Nunca he arrojado ácido sulfúrico sobre los discos de New Age que han pasado por mis manos; no he elaborado ningún manifiesto para la eliminación de las avestruces de nuestro planeta (y eso que, sinceramente, no creo que nos perdiéramos nada) y ni siquiera he pedido la cadena perpetua para ciertos elementos humanos que ellos sí piensan constantemente en eliminar a los que no son de su color. Así que, por todo ello concluyo que puedo controlar mis odios, racionalizarlos y limitarme a no visitar gallineros, granjas de pollos ni zoológicos para aves en libertad; cuando voy a la peluquería o al dentista me llevo mi iPod para no oir el hilo musical y no voto ni presto oídos jamás a ninguna proclama racista, venga de donde venga. 

    Creo que en este siglo XXI de la locura, la humanidad se divide entre una mayoría que hace lo mismo que yo y una minoría que ha hecho del odio un estilo de vida. En este segundo grupo se encuentran y se saludan por los pasillos los políticos xenófobos, los radicales religiosos (de todas las religiones) los maltratadores de mujeres, los homófobos y los Hooligans del fútbol. Sus vidas son miserables porque están gobernadas por el odio, que es un sentimiento dañino, que produce fatiga, insomnio, amargura y posiblemente hasta estreñimiento, por mucho que algunos se empeñen en que con tales prácticas llegarán al paraíso. Son pocos, pero muy tóxicos, y conviene alejarse de ellos. Si además dejáramos de consultar sus páginas web, de darles cancha en los noticieros y de interesarnos por su siembra de violencia y recogida de muertos, otro gallo les cantaría. Y si de paso, elaboráramos unas leyes más eficaces que cayesen sobre ellos ya vivan en Badajoz o en Oslo, mejor que mejor. 

    Mientras tanto, como higiene de vida, hay que apartarse del odio y de las personas que odian tanto como respiran; porque del amor al odio no hay un paso, sino un buen puñado de kilómetros que muchos de nosotros no tenemos ninguna gana de recorrer. Y si me permiten la referencia histórica, que ya saben que me gusta, una frase de Gandhi, que consiguió tirar abajo un imperio sin agarrar un fusil, aunque motivos tenía y de paso se quedó en los huesos: "no dejes que muera el sol sin que hayan muerto tus rencores". Pues ya saben...a ponerlo en práctica!

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