domingo, 9 de noviembre de 2014

Yo estaba allí

    A veces la vida te pone en un lugar determinado, y en un momento exacto de tal manera que acabas pensando que eres protagonista de la historia. A mí sólo me ha pasado eso una vez, y el 11 de noviembre que es pasado mañana celebraré los veinticinco años de aquel momento, como los alemanes festejan hoy la caída del muro, porque el 11 de noviembre de 1989, yo estaba allí, viendo caer paños enteros del muro ante los aplausos de la población y contemplando las caras de los que venían del otro lado de ese telón de acero que yo había mitificado gracias a las muchas películas de espías que vi en mi infancia. 

    En noviembre de 1989 yo vivía en Lovaina (Bélgica) a donde habían ido a para mis huesos gracias a una beca Erasmus que nadie en mi facultad quería, porque nadie se fiaba de que aquel invento pudiera funcionar. "Pedid las becas, por Dios"clamaban al cielo los profesores, "que a este paso este proyecto se va a venir abajo"; tal era la poca fe que tenía toda la Universidad española en un invento venido de fuera y hecho a la medida de los españolitos casposos que éramos casi todos. A lo que iba: yo estudiaba en Lovaina y me faltó el tiempo para saltar a un autobús fletado por una organización estudiantil (de la cual con el tiempo me enteré que eran nacionalistas radicales y un tanto carcas) para ir a Berlín en un trayecto nocturno, pasar allí dos días y una noche en la que no dormimos, y estar de vuelta el lunes a clase. Me acompañaba una amiga que, con el paso del tiempo ha dado saltos bastante más audaces que ese y dos gringos amigos también, a quienes la incredulidad de lo que estaba ocurriendo empujaba tanto como a las dos españolitas Erasmus nos empujaba la curiosidad.

    He visto muchas cosas en la vida desde entonces, pero aún recuerdo como si fuera ayer  los abrazos de júblio que aquellos alemanes se daban unos a otros, los rostros sorprendidos de los del Este cuando al traspasar lo que para ellos había sido la frontera de sus vidas, además les ponían en las manos unos marcos para gastar en las tiendas; los cánticos de los jóvenes encaramados en los restos del muro, la gente armada con picos y martillos despedazando lo que podían (yo también tengo mi pedazo, claro está) los guardias que no ejercían de tales, la cerveza que corría generosamente e incluso gratis por todas las tabernas berlinesas, y esa sensación de Nochevieja española trasplantada a la Puerta de Brandenburgo. Puerta de la cual apenas nos movimos durante las 48 horas que estuvimos allí, pues huelga decir que para ver la ciudad volvimos seis meses más tarde, cuando la euforia había descendido algunos grados y la temperatura había remontado otros tantos. 


    Ya sé que no les cuento nada nuevo y que todo lo que les he relatado es bastante tópico y sabido; pero este fin de semana, viendo en los informativos por televisión las celebraciones alemanas y el relato de lo que ha cambiado el país desde entonces, servidora se ha dedicado a pasarse por el cerebro la película de su vida y ver lo que he cambiado yo. Yo, como los alemanes del Este también he perdido la inocencia por el camino, también estoy de vuelta de muchas promesas de vida mejor, también desconfío del liberalismo económico y de los políticos llenos de buenos deseos y vendedodres de utopías irrealizables, que ahora nos atacan de nuevo. Yo también he visto cómo subía el precio del pan o la gasolina. he visto incluso como se creaba una moneda que en aquella Universidad en la que yo estudiaba en 1989 nos contaron que existiría a diez años vista y que sería la moneda de todos los europeos (tampoco me lo creí en su momento y miren ustedes...) he terminado siendo una expatriada como eran aquellos alemanes que vivían en algo que de Alemania sólo tenía el nombre, donde espiaban tus conversaciones telefónicas y si eras deportistas te atiborraban de hormonas hasta cambiarte el sexo.

    Y saben ustedes qué? Yo estaba allí, y lo que ví en apenas dos días me abrió los ojos de mala manera, aquellos alemanes gritando libertad y abrazándose con otros alemanes que hasta entonces eran el enemigo me dejaron el corazón templado y las neuronas entretenidas durante mucho tiempo...Veinticinco años desde entonces! Casi nada. Feliz semana para todos.

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