domingo, 2 de noviembre de 2014

Razones para irse, razones para quedarse.

    Está más que alborotado nuestro país (para variar) ya sea por la enésima redada a los corruptos, el Ebola, la Pantoja y su entrada en la trena,  la consulta catalana o el verano que no acaba de irse. Somos gente ruidosa y alterada y encima, los que nos gobiernan nos  azuzan para que siempre tengamos excusas para alborotarnos, son así de torpes. A la vez que contemplo este guirigay, me llega por el fantástico Huffington Post (que debería ser de lectura obligatoria para todo ciudadano normalmente constituido) el aviso de que en breve plazo podré ver un documental de Iciar Bollaín llamado "En tierra extraña", que no pienso perderme por varias razones: respeto mucho el trabajo de esta señora, el guionista (a la sazón su marido) Paul Laverty, es el mismo que el de las mejores películas de Ken Loach, está rodada en Edimburgo, donde actualmente residen 20.000 españoles, muchos de ellos emigrantes económicos y donde ella misma también  reside. Y la voy a ver porque yo también salí de mi tierra hacia una tierra extraña, llevada más por la curiosidad que por la necesidad, cierto es; aunque el paro del año '89 que me vio marcharme en nada tenía que envidiar al de ahora. Yo ya he visto el trailer, que es un buen retrato de la crisis que por mucho que se empeñe el gobierno en anunciar lo contrario, no nos abandona. 

   Hay razones para irse de esta tierra que las malas noticias han tomado por asalto? Sí, las hay; y también para quedarse, y si me lo permiten, les hago una pequeña lista, de esas a las que ya saben ustedes que soy muy aficionada.

    Razones para irse: el sol no lo es todo en la vida, sobre todo si no se tiene para pagar el alquiler y las facturas; la corrupción es tal que todo el que tiene un cargo público es sospechoso de meter la mano en la caja; el paro no baja del 20% y ya van  dos generaciones de españoles sacrificados por una crisis que no se acaba. A nuestros gobernantes les importan un rábano la educación, los profesores, los enfermeros, los médicos y los empleados públicos son tratados como la propia basura que recogen, se desmantelan los hospitales y si a uno se le atraviesa una piedra en el riñón, más vale rezar para que ese día las urgencias no estén colapsadas o de huelga. La pobreza se ha asomado a nuestras casas, sobre todo a aquellas donde hay varios niños, que al estado le importan un pimiento alimentar o no. Los jóvenes parados  no tiene estudios, nadie habla inglés (ni siquiera nuestro presidente del gobierno) y la televisión se dedica a emitir programas de dudoso gusto destiados a idiotizar a la masa ya bastante enajenada por sí misma.  Ir al cine es impagable porque tenemos el IVA cultural más alto de Europa, y los teatros y auditorios encargados en tiempos de bonanza se pudren sin un mal espectáculo que celebrar dentro de ellos. Todo ésto promete arreglarlo un señor con coleta del que aún no hemos conseguido desentrañar si es el Mesías de nuestros catecismos de antaño (hasta se parece) o un Chávez en versión hispana. Yo me conformaría cons saber a ciencia cierta si es de izquierda o de derecha.

    Razones para quedarse: los países prósperos donde apenas ven el sol porque están cerca del Círculo Polar tiene una elevada tasa de suicidios y la obsesión por evitar la corrupción ha creado extensas redes de chivatos ciudadanos que te denuncian hasta por sacar al niño a pasear sin gorro cuando nieva. Los  colegios públicos nórdicos funcionan como Dios manda y son gratuitos, sus alumnos son plurilingües y habilidosos con las matemáticas, aunque también de vez en cuando a alguno se le cruza un cable y organiza un tiroteo en la puerta de la escuela. El estado de los países civilizados se ocupa de la cosa pública a costa de unos impuestos estratosféricos que van destinados a financiarlo, pero que nadie asegura que no estén financiando también alguna corruptela. La sanidad pública te paga las gafas y la ortodoncia del niño, pero como tengas un tumor en el páncreas más vale ser rico que pobre. Allende los Pirineos, el cine es asequible, pero hay cola; los restaurantes están al alcance de muchos, pero siempre hay que reservar; la peluquería cuesta un ojo de la cara, como para permitirse la raya del tinte más allá de lo que manda la estética,  y los bares casi siempre están llenos de gente que bebe sola y ahoga sus penas en alcohol. De este lado, sin embargo, el aceite de oliva nos cuesta dos euros el litro, y nos ahorra muchos colesteroles y maldiciones  similares; todavía es posible ir al mercado con un billete de diez euros y volver con tres kilos de fruta o verdura, y en los bares nos sirven la bebida a la vez que escuchan nuestras penas y nos dejan ver el partido. Quizás la aparición del Mesías con coleta sirva para que los demás hagan limpieza en sus casas y todos comprendan que, a veces, para gobernar también hay que pactar.

    Como decía Chus Lampreave en el desdichado anuncio, "una cosa es irse y otra hacerse". Yo ya me fui, de motu proprio y sin que me empujase ninguna necesidad perentoria; no me he hecho de ningún lado, sigo siendo de donde era y, a pesar de la buena vida que he tenido y tengo, y de lo feliz que soy en mi lugar de aposento no se crean, muchas mañanas cuando me despierto me pregunto a mí misma qué hubiera sido de mi vida en otra parte y si estaré en el lugar adecuado. Así de complicados somos los humanos;  Forges, con una sola viñeta lo explica mucho mejor que yo.


  

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