miércoles, 5 de noviembre de 2014

I have a dream...

    Ayer me ví envuelta en una de esas situaciones absurdas en las que me pone mi trabajo y que hacen que lo aprecie por encima de todo porque me garantiza (que no es poco) el no aburrirme en él. Una pandilla de gentes variopintas discutía sobre una cosa llamada la "hipersensibilidad electromagnética", consistente en sufrir síntomas varios en la cercanía de una antena, un teléfono móvil o un repetidor de wifi. Qué síntomas? dolor de cabeza, cambios de humor, sudoración, calambres en las piernas, dificultades para dormir y toda otra serie de lindezas que, puestas así todas juntas, me recordaban la lista de los síntomas de la menopausia, pero bueno, concedo que haya gente que sufre del síndrome ese y que lo pasa mal, sobre todo porque no les hacen caso. 

    Vaya por delante que soy una persona cartesiana y descreída, y que creo sólo en lo que los científicos consiguen demostrarme con pruebas, por eso, ya me gustaría a mí creer en las cosas que dice el Papa Francisco (por ejemplo) que me cae de miedo, pero me da que a él no siempre lo ilumina la ciencia. Volvamos al meollo de la cuestión: ayer estas pobres personas dolientes de sus males electromagnéticos se juntaban en un lugar en el que no faltaba más que la Pantoja cantando "Marinero de luces": científicos y pseudocientíficos, activistas del medio ambiente, defensores de los consumidores, representantes de las multinacionales telefónicas que sin mayor pudor tachaban a los científicos de mentirosos, alcaldes de pueblos "wifi free" y alcaldes de pueblos hiperconectados, médicos y curanderos todos mezclados sin que se supiera muy bien cuáles eran unos y otros; y por si fuéramos pocos, una secta de veganos que se coló en el evento intentando convencer a la peña de que los males de las ondas de radio que nos abrasan (o no) el cerebro se curan con dejar de comer animales y huevos y hartándonos de verduras crudas. 

    Pero realmente corremos el riesgo de morir más jóvenes y con el cerebro carbonizado por culpa de todas las ondas eléctricas que nos rodean? Pues ya me gustaría a mí saberlo y nunca mejor dicho, a ciencia cierta, pero ni modo. En medio de aquel Patio de Monipodio con trasunto de telecomunicaciones, me ocurrió lo que tantas veces cuando me encuentro rodeada de gentes que opinan de todo y de nada y no se escuchan unas a otras: tuve un sueño. 

    Pues sí, señoras y señores, parafraseando a aquel, "I have a dream". Soñé que de repente vivía en un mundo donde la gente viajaba de nuevo en los metros con un libro o revista en las manos; soñé que los kioscos vendían periódicos mañaneros que llegaban calentitos al puesto y atados con un cordel. Soñé que mis hijos andaban sólos por la calle sin necesidad de llevar encima ese buscador que les ponemos para llamarles cuando nos angustiamos, aún sabiendo que no nos contestan. Soñé que las bibliotecas públicas no cerraban y que en las librerías hacían rebajas dos veces al año; que el cine costaba tres euros y que reponían películas antiguas. Soñé que quedaba con mis amigos a una hora fija y en un sitio exacto sin posibilidad de cambiar diez veces esa hora y ese sitio. Soñé que coleccionaba álbumes de fotos de mis seres queridos y que la señora de la agencia de viajes no sólo no había perdido su trabajo sino que además se ocupaba de venderme los muchos billetes de avión que compro al año; es más, hasta soñé que en el aeropuerto había un amable azafato que me facturaba la maleta y que los códigos de barras se habían convertido en un dibujo tan obsceno como la cruz gamada.  Soñé que a los políticos se les prohibía tener Twitter y que se les examinaba a todos con un dictado antes de poder presentarse a diputados. Soñé que era posible rellenar un formulario de hacienda con un bolígrafo Bic y reservar una entrada de teatro por teléfono diciendo que ya pasaría después a pagarla. Soñé que el objetivo de la ciudadanía era "un hombre, un voto" y no "un hombre, un teléfono" (o dos).

     Y me desperté del sueño sin más. Ahora llámenme ustedes troglodita, cavernaria, vetusta y analfabeta digital. Vale, pero no me nieguen que en ese mundo que dejamos atrás, donde las antenas y los repetidores sólo salían en las películas de ciencia ficción tenía su encanto, o no? Por no meternos a pensar en las neuronas que se nos están friendo como calamares a la romana  por culpa de todos los aparatejos que nos rodean y sin los cuales ni yo misma puedo vivir, y entre los cuales, parece ser, que acabaremos todos por morir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario