martes, 28 de octubre de 2014

Roma, città aperta.

    Roma es una ciudad bellísima. Ya sé que ustedes lo saben, pero yo insisto, por si acaso. La vida me ha premiado con dos visitas a Italia en poco más de un mes, así que a mis lectores les cae la oportuna reseña, que esta vez es más placentera (estoy de vacaciones) que la anterior, y además, Roma es más bonita y más variada que Milan, más caotica y menos obsesionada con la moda; tiene más monumentos y menos tiendas de a millón, se come mejor y en ella no reina Berlusconi. Sé que los milaneses me van a retirar el saludo, pero una tiene su corazoncito.

    Sólo tiene un defecto Roma: está plagada de turistas, y más en esta semana de vacaciones escolares en media Europa; y mi familia y yo somos parte de esa horda invasora, así que debería callarme, quizás. Pero no me callo, porque a pesar de todo, me cuesta identificarme con esas plagas de Egipto (en este caso más bien de alemanes, franceses y chinos  por este orden) que hacen colas interminables en las puertas del Coliseo, que comen bocadillos sentados en las piedras del foro y no siempre recogen los papeles, que se atascan delante de la loba capitolina durante media hora porque tienen que escuchar toda la explicación de la audioguía y sobre todo, que se hacen un selfie (autorretrato me parece hasta demasiado fino para ellos) en cada esquina de cada calle. Lo siento, pero a pesar de todo lo que viajo y de todo lo que me gusta ver mundo, me cuesta contabilizarme como una más en ese grupo de gente bárbara a quien sólo le interesa ver el Capitolio para decir, y sobre todo para enseñar vía redes sociales que estuvo allí; una más de las que le hace una foto al plato de pasta para demostrar lo bien que está comiendo y la última: uno de esos que se compran un palito donde colocar su teléfono que fotografía y se hacen los dichosos selfies con vista panorámica, y según la longitud del palito, con vista aérea, casi. 

    Justo antes de venir a Roma, releí los viajes por Italia de Stendhal, donde contaba sus temores de pasear por el Foro al atardecer cuando no había nadie, o como empujaba la puerta de ciertas iglesias para entrar en ellas...Si Stendhal ve las masas humanas que yo he visto hoy atravesando el Foro, habría  muerto no de su propio síndrome, que debe ser hasta una muerte dulce, sino de un fallo multiorgánico. Con decirles que ni siquiera se puede tomar un helado en la mítica Giolitti sin hacer media hora de cola...menos mal que una tiene amigos en todas partes que te cuentan lo que no cuentan las guías, y te enseñan que justo al lado de tu hotel estos italianos, heladeros diabólicos, hacen un helado de castañas y otro de albahaca con nueces que son como para volver a creer en 
los milagros. No les digo dónde, no sea que mañana vaya  y me encuentre la cola formada!  Ahora bien, como soy turista solidaria, estaré encantada de proporcionarles la información por mensaje privado. Buona notte!

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