domingo, 19 de octubre de 2014

La peste

   Creo que voy a leer de nuevo "La peste" de Camus,  lectura que se impone con los tiempos que estamos atravesando, aunque nunca está de más releer (e incluso leeer por primera vez) a Camus. No me digan que no es pertinente releer esa historia de una plaga de cólera en la ciudad argelina de Oran en los años '40, de la triste condición humana frente al absurdo, la solidaridad de los médicos con sus enfermos, la falta de libertad de los ciudadanos para moverse por culpa de la enfermedad, la escenificación del miedo, de la angustia y de la idea de morir en soledad. Les suena? Todos a leer a Camus, entonces. 

    Porque aquí sólo nos acordamos de las pestes varias cuando dejan de ser una enfermedad de pobres, o de negros y pobres (que suelen ser dos factores combinados) y salen de sus remotos rincones africanos para aparecer a las puertas de nuestras casas. Entonces, de repente, la investigación da un salto adelante y aparecen  tratamientos, profilaxis, instrucciones y protocolos y vacunas de patente millonaria que harán rico a más de un accionista y nos dejarán la conciencia en paz hasta la siguiente peste. Tiempos recios éstos, que diría Santa Teresa, esa señora atrevida para su época, inteligente y luchadora,  de la que celebramos el año próximo el quinto centenario de su nacimiento. También es una buena ocasión para releerla, y se lo digo en serio, sin ironía ninguna. Comiencen con el "Libro de la vida", que como autobiografía de una monja, no tiene desperdicio.

    Y qué casualidad que Teresa es el nombre de esa mujer acosada por la penúltima de las pestes modernas. Recuerdan? esa señora que vive aislada en una habitación de hospital por culpa de hacer su trabajo. Trabajo al cual se presentó voluntaria. Trabajo peligroso para el que sus superiores no la habían formado ni le habían dado los instrumentos necesarios para ejercitarlo. Esos mismos superiores que después la llamaron mentirosa y le acusaron de ir a la peluquería con unas décimas de fiebre; los mismos que no se ponían al teléfono cuando ella llamaba para comunicar esas décimas que probablemente le estaban quitando el sueño. 

    Esa mujer se llama Teresa, que debe ser un nombre que imprime coraje, tanto como el que deben tener esos otros señores y señoras que la cuidan en su habitacíón a pesar de que les han bajado el sueldo y les han doblado las guardias, y a pesar de que a sus hijos les hacen la vida imposible en los colegios porque saben que son los hijos de los enfermeros de la peste. Léanse a Camus, por favor! Esa mujer que no puede ver la luz del día que tanta falta  le hace para curarse, porque si le levantan las persianas los fotógrafos la sacan en la  portada de los periódicos. Esa mujer que va a salir de ésta con una casa desinfectada con lejía y un perro sacrificado del que las redes sociales se acuerdan más que de ella misma.

    Esta mañana iba yo correteando por el bosque para olvidarme de que envejezco y en mi iPod sonaban  unos versos cantados por Mercedes Sosa que me gustaría que alguien le soplara al oído a Teresa,  la dama de hierro del Carlos III:

Tantas veces me mataron, 
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí, resucitando. 
Gracias doy a la desgracia, 
y a la mano con puñal,
porque me mató tan mal, 
y seguí cantando.

   

   Y decía Albert Camus  por boca de  uno de los médicos protagonistas de "La Peste", que "en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio". A veces me cuesta creerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario