sábado, 25 de octubre de 2014

La música amansa a las fieras

    Muchas veces sé lo que quiero contar, pero no sé cómo traerlo a colación, problema común, supongo, entre los que nos metemos a escritores sin tener talento literario. Entonces, echo mano de mi fantástica memoria (es la única cualidad de la cual presumo) para contar una anécdota que me permita  soltar lo que me conviene. Allá va la de hoy. 

    Hace años, cuando George Clooney hacía de segundón en las series de televisión, todas estábamos enamoradas de Hugh Grant, que además de guapo, bien vestido y ser un actor decente, era licenciado por Oxford y cuando hablaba, demostraba tener cierta materia gris. En 1995, momento álgido de su carrera,  le pillaron en una calle de Hollywood  dentro de un coche,  en una postura no muy decorosa con una prostituta. Tras aparecer su foto de convicto y confeso en todos los periódicos del mundo mundial, Jay Leno le invitó a su show televisivo y lo primero que le preguntó fue si tenía algún problema psicológico o si frecuentaba los psicoanalistas en sus ratos libres, como tantos otros actores famosos. El bueno de Hugh sólo respondió: "no creo tener  ningún problema  por practicar el sexo oral, y cuando tengo un rato libre, me dedico a leer novelas". Ahí quedo eso.

    Hace unos días, me llegó un mensaje personalizado invitándome a participar en un seminario para "potenciar mis cualidades y todo aquello que desconozco de mí y que me impide crecer como persona" (sic). La cosa es un invento americano que se llama "Firewalking", y consiste, literalmente, en caminar sobre brasas encendidas (entre otros muchos sufrimientos masocas) que es algo que creo que hacen en un pueblo de Soria llamado San Pedro Manrique desde tiempos inmemoriales y no se dan tanto pisto por ello. La invitación venía acompañada, como es lógico, por varios testimonios de los asistentes, encantados de haber superado sus problemas y angustias quemándose los pies; mejor para ellos. 

    Yo acabo de pasar una semana agitada, con mucho frentes abiertos a sumar a la propia agitación que habita en mí desde que nací, y un poco de gastritis otoñal, que debe ser también consecuencia de todo lo anterior. Hoy estoy como un trapo y machacada, y estaría aún peor si no fuera porque he releído los "Viajes por Italia" de Stendhal, que me regaló mi marido hace años y que he apreciado ahora como no pude apreciar entonces por falta de francés suficiente para hacerle frente a un clásico. Y he escuchado mucha música en vivo. El martes en versión clásica, una orquesta cualquiera de esas de los países nórdicos tocando a Wagner y a  Richard Strauss. Contrariamente a Woody Allen, al terminar el concierto no tenía ganas de invadir Polonia sino de irme a dormir y a soñar con los angelitos, como de verdad ocurrió.  El miércoles, escuchando a uno de mis grupos favoritos, Pink Martini, esa orquesta de jazz que todos querríamos tener en casa para que nos tocaran algo en nuestra fiesta de cumpleaños. Andan de gira por Europa, vayan a verlos si pasan por su ciudad, son un bálsamo para el espíritu, además de unos excelentes músicos. Les dejo una muestra:

    Si no hubiera sido por la música y los libros, al acabar esta semana quizás hasta me hubiera pensado lo de caminar sobre las brasas, pero a Dios gracias (o a quien corresponda) por ahora mis ánimos se calman de esa manera, sin necesidad de quemarme los pies! Porque la música amansa a las fieras, no sólo a las del zoológico.

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