martes, 14 de octubre de 2014

Homilía

    Cuando los humanos no vivíamos permanentemente enganchados a las pantallas, ni éstas llenaban el vacío que el aburrimiento provocaba de vez en cuando en nuestras vidas, había situaciones que nos ayudaban  a soñar, horas del día en las que la mente se quedaba en blanco sin tener que apuntarse para ello a un curso de yoga. Esas horas (e incluso a veces medias horas) en los que no había absolutamente nada que hacer, ni que ver, ni que hablar, han hecho de muchos de nosotros seres imaginativos y quizás menos aterrorizados ante cosas tan normales como la soledad, el lento discurrir del tiempo, o simplemente un apagón eléctrico, algo que aterra especialmente a nuestros hijos si no tienen su móvil a mano, o en su defecto, una televisión.

   Creo que ya he contado que cuando mis mayores dormían la siesta y yo ya me había leído todas las aventuras de "Los Cinco" dos veces, imaginaba todo tipo de viajes por el mundo y hasta me hacía entrevistas a mí misma. Otra situación ideal para dejar volar la imaginación eran las muchas misas dominicales a las que asistíamos por prescripción parental y sin posibilidad de escape. Aquellas misas  donde todo duraba una eternidad y en las homilías los curas se ponían las botas de preguntarle a Dios nuestro Señor el porqué de todas las miserias habidas y por haber. "Por qué oh Señor"...esta era la fórmula introductoria que servía para regañar al personal hasta por gastar demasiado en cremas solares tanto como para lamentarse a grito pelado de nuestra miserable existencia de mortales. En el fondo ahora envidio un poco a esos curas que disponían de un púlpito, y una iglesia llena de oyentes dispuestos a oir sus quejas; ahora hemos inventado un montón de cacharros electrónicos que sirven para mil cosas, pero lo de quejarse en público, sin que nadie te replique, y  la cantidad de adrenalina que se descarga con ello, ha sido privilegio del clero y no hemos inventado nada que se le parezca. 

    Yo me conformo con este blog, y eso que aquí hasta pueden contestarme, pero allà voy. Por qué, oh Señor, llegada hasta este punto en el cual ya he hecho todo tipo de exámenes, tesis y oposiciones, tengo que dejarme mis escasa neuronas intentando resolver una raiz cuadrada? Por qué (el "oh Señor" se lo ahorro)  después de la alegría del verano, y de ese momento mágico en el que los árboles se ponen rojos (ahora mismo) tiene que venir el insoportable invierno? Por qué los seres humanos que trabajan en las altas esferas bancarias son incapaces de vivir de su sueldo y siempre tiene que estar buscando la manera de meter la mano en la caja y además creen que jamás serán descubiertos? Por qué los aviones tiene que sobrevolar mi casa cada día precisamente a las seis de la mañana? Es que  no hay más cielo en este continente que el que tengo sobre mi tejado? Por qué mi cintura no adelgaza al mismo ritmo que se desgasta la suela de las zapatillas con las que salgo a correr? No son acaso estas dos, magnitudes directamente proporcionales? Por qué de todos los calcetines que salen de la lavadora siempre hay uno al que le falta un par? Si yo pudiera lanzar todas estas preguntas al aire ante una audiencia adormecida por mis palabras y deseosa de que la cosa se acabe para irse a tomar el vermut, me sentiría bastante más aliviada que escribiéndolas en esta pantalla que encima me está haciendo extraños. Ven ustedes la suerte que tenían los curas de hace años?

    Por cierto, el cura de las preguntas sin límite de las homilías de mi infancia está ya jubilado y apartado de los sacramentos por sus superiores, pues desde hace unos meses hay una denuncia en los juzgados de mi ciudad contra él por presuntos abusos a menores; denuncia primera que ha desencadenado otras varias ...Parece que preguntar en voz alta no descarga tanta adrenalina como yo me imagino. Buenas noches.

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