domingo, 7 de septiembre de 2014

A quien madruga...

    A quien madruga Dios le ayuda. Con ese mantra crecí yo en la terrible estepa castellana (polvo,sudor y hierro, el Cid cabalga...). No me quedaba otra, porque era el refrán favorito de mi padre, que era un ilustre madrugador, para quien los días comenzaban con el alba. La leyenda familiar cuenta que él venía de una estirpe de madrugadores donde todo quisque estaba ya en planta antes de que saliera el sol; pero con los años, y gracias a mis mañas haciendo preguntas a las viejas del lugar, que son mis tías, para ms señas, descubrí que aquella estirpe de inquebrantables madrugadores era en realidad una panda de insomnes, algo tan sencillo como eso. Mi familia paterna tenía un gen insomne que les hacía prolongar las veladas nocturnas hasta altas horas, echarse siestas de diez minutos hasta en el palo de un gallinero y después, levantarse con la primera luz del día porque probablemente, para entonces ya llevaban una hora dando vueltas en la cama.

    No hay nada como tirar abajo los mitos familiares. Cuando de pequeñas le pedíamos un favor a mi padre, éste contestaba inexorablemente "si os levantáis pronto";  y, en su obsesión por arreglar los problemas de la humanidad antes de las ocho de la mañana,  creo recordar que una vez que le pedí el coche para salir de noche a la verbena de un pueblo vecino, me repondió también que me lo daría si madrugaba...Por supuesto, en mi familia nos sabíamos todo el capítulo "madrugar" del  refranero español, salvo ese que dice "no por mucho madrugar amanece más temprano" que probablemente era un sacrilegio a ojos de mi progenitor.  Huelga decir que en mi casa sonaba la radio desde las seis de la mañana, hora a la cual, quién sabe por qué demonios se vaciaba el lavaplatos, o se recogía la ropa tendida, y se salía de viaje cuando aún era de noche, no sea que el amanecer nos pillara aún en casa; como contrapartida, desayunábamos churros recientes y pan caliente muy a menudo, porque el Pater Familias en sus vueltas y revueltas mañaneras nos lo traía a domicilio. Tales eran los madrugones de mi padre que, cuando empecé a trasnochar en mis años de estudiante insensata, rara era la mañana que no me lo cruzaba desayunando al volver a casa. Afortunadamente no se enfadaba, el buen temple era también una de sus cualidades. 

   Ahora, aunque me gustaría, yo ya no soy una estudiante,  y creo haber sentado medianamente bien la cabeza. Duermo bien y me afectan poco los ruidos,  y quizás por eso y por algún remanente de ese gen insomne de mi familia, poco a poco le voy cogiendo el gusto a levantarme temprano;  y sobre todo, cuando soy yo la reina de mis horarios (vacaciones, vamos) y puedo recuperar el sueño perdido con un pedazo de siesta. Me gustan las calles vacías de gente, las tiendas cerradas (porque abiertas las aguanto poco)  los semáforos funcionando para nadie, las playas vacías,  y las panaderías echando sus olores a la acera con la persiana aún echada. Me gustan los mercados de abastos donde aún no ha llegado nadie e darte la brasa con "quién tiene la vez?" y te dejan discutir con pescaderas y fruteros, que son los que saben de verdad de qué va la vida y cuánto cuesta ganársela. Me gustan los puestos de churros, los quioscos con los periódicos empaquetados y el ruido de los camiones de reparto de las bebidas; los cafés apenas abiertos y las carreteras desiertas. 

    Lo que no me gusta nada, es que todo este espectáculo se me sirva gracias a un timbrazo que suena de forma impertinente cada mañana a las siete menos cuarto, y que no me deja margen para ir a oler a la puerta de las panaderías ni para echarme una parrafada con mi frutero favorito. Esos despertadores inhumanos que jamás se averían y suenan cuando en sueños estás a punto de coger un avión rumbo a la Patagonia (por poner un ejemplo de sueño plácido) deberían exhibirse el día de mañana en los museos de instrumentos de tortura, junto con las máquinas de depilar con láser, los zapatos de tacón altísimo  y los aparatos de rayos que hacen la mamografía. Y con ésto les dejo, que mañana es lunes y  a quien madruga, como servidora, Dios no le ayuda sino que, en este caso, le hace una faena!

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