viernes, 4 de julio de 2014

Madres sin remisión

    Yo ya me temía que, a pesar de los esfuerzos en contra, llegaría un día en el que me descubriría a mí misma en el pasillo de mi casa pidiendo a gritos que alguien le pusiera orden a las habitaciones...y eso es sólo la punta del iceberg. Como me temía que llegaría el día en el que, bien peinada (que no siempre lo estoy) y algo maquillada porque iba a una fiesta, me miraría al espejo y en vez de verme a mí vería a mi madre, salvando las distancias y el pelo blanco, que yo me tiño. Es inevitable. 

   También sospechaba que, a pesar de todo lo que blasfemé en mi infancia sobre la necesidad de hacer la cama cada día, dejar la ropa doblada encima de una silla o no abandonar los vasos usados encima de las mesas, llegaría un momento en el que también preferiría que los que cohabitan conmigo siguieran esas consignas que, algo tendrán de adictivo (digo yo) para que nos las traspasemos de generación en generación. Como la necesidad de preparar la cartera y la ropa para el día siguiente, de recordar el turno fraternal de poner y quitar la mesa o tantos otros pequeños detalles de esa orquesta que es la vida familiar en la que, las madres, que somos todas muy pesadas, nos empeñamos en llevar la batuta. Y ese es otro detalle más a señalar: las madres siempre queremos llevar el compás de la orquesta, aunque a nuestro lado tengamos padres más que voluntariosos que quieren hacer algo más que simplemente tocar el violín. Será una enfermedad? 
 
     De pequeñas soñábamos con vivir en casa de la amiga del cole que tenía una madre supermoderna, trabajadora y que iba al gimnasio y hablaba inglés, a la cual, nunca imaginábamos aparcada en el quicio de la puerta interrogando a nuestra amiga y sus hermanos sobre quién había dejado el pijama tirado en el cuarto de baño, y mucho menos estableciendo turnos para bajar la basura o ir a por el pan. Resulta que hemos crecido, nos hemos convertido casi todas en esa madres trabajadoras, atléticas y políglotas, y seguimos gritando al viento las mismas frases que nuestras madres, amas de casa profesionales que jamás se puesieron en su vida una zapatilla de deporte...Ya digo que es una enfermedad. 

   Y así son las cosas, que hace unos días me he descubierto a mí misma al lado de la puerta de embarque de un aeropuerto repitiéndole a mi retoño una y otra vez esas frases hechas de madre que tanto me raspaban los oídos: no dejes la ropa tirada por el suelo, no vayas sólo a ninguna parte, cómete todo lo que te pongan, etc. Y si les ponga una o dos líneas de puntos suspensivos, seguro que a todas las amables lectoras y madres se les ocurren varias cosas con qué rellenarlas, ahora que nuestros polluelos abandonan el nido veraniego para matar el rato en lo que los sufridos padres conseguimos por fin marcharnos de vacaciones. Bien es verdad que mi madre me daba todas esas consignas a pie de autobús cuando yo me marchaba a un campamento veraniego en la provincia de Avila (o en la de Segovia en su defecto) y que ahora las recomendaciones  las  damos en los aeropuertos y estos querubines cruzan el charco más veces que lo que sus abuelos llegaron nunca  a cruzar la Meseta;  al menos en eso sí hemos evolucionado.  Y otro detalle  bastante importante: nuestras madres recibían llamadas a cobro revertido, y ahora tenemos Skype, que nos permite verle la cara a nuestras criaturas y de paso,  recordarles  que desde hace cuatro días lleven puesta la misma camiseta: otra madrada sin remedio! Que tengan ustedes un feliz fin de semana.

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