viernes, 11 de julio de 2014

La casa del padre

No se me asusten. El título de la entrada es bíblico, pero la entrada es como la vida misma, que tiene bastante poco que ver con la Biblia. Se acuerdan de las referencias contínuas deJesús en los evangelios  a la casa del padre, o mejor "el Padre", con mayúsculas? Para mí que eso se nos ha quedado a todos grabado a fuego, pues como decía Homero, "nada hay tan dulce como la patria propia y la casa de tus padres, aunque se posea en tierra extraña la mansión más opulenta". Prefiero citar a Homero que a la Biblia, qué quieren que les diga!

    Y en cualquier caso, me doy cuenta que sí, que esa casa de nuestros padres donde nacimos (o casi) nos criamos y de la que nos fuimos un día para vivir nuestra vida sigue siendo nuestra casa. Es más, a fuerza de vivir rodeada de extranjeros he comprobado que los españoles decimos "en mi casa" haciendo referencia no sólo a la que habitamos en la actualidad, y págamos religiosamente en cómodas mensualidades,  sino a aquella en la que vivimos una vez con nuestros padres; un fenómeno curioso que, les aseguro que a los nórdicos y gringos no les ocurre.  Es más, un detalle a no olvidar  es que esta casa que habitamos, en su inmensa mayoría no es nuestra sino del banco, pero ese es otro cantar.

    Y llega un día en el que esas casas de nuestros padres dejan de existir físicamente para ser sólo polvo de estrellas y un rinconcito de nuestros recuerdos. Sí, sí, esas casas que no encontramos nada cómodas, decoradas con unos cuadros que no nos gustan y llenas de cacharros inútiles y fotos descoloridas. Esas casas donde los armarios están siempre llenos y las camas siempre hechas, donde los dormitorios poco a poco fueron dando paso a los saloncitos, donde la televisión se ve mal, no hay wi-fi y hay que cerrar las ventanas después de pelearse un rato con ellas. Esas casas donde las cisternas gotean y las duchas son de teléfono monochorro; donde la despensa está llena de latas de conserva (nunca se sabe cuando puede estallar otra guerra o en su defecto una huelga del transporte) y las cocinas son de gas butano. Esas casas donde el portero se llamaba Basilio y ahora sólo hay un ecuatoriano que limpia el portal dos veces por semana, donde todos los vecinos se conocen y se llaman por su nombre, y donde no se conocen las lámparas económicas, ni los cubos de basura múltiples para clasificar la basura y donde a veces hay todavía un teléfono fijo atornillado a la pared.

    De esas casas nos marchamos un día convencidos que encontraríamos una mejor quién sabe cuantos años después;  y a esas casas hay que volver un día  a sacar todas esas porcelanas multicolores, todos esos cuadros de vírgenes y angelitos y todas esas vajillas floreadas sin destino fijo. De esas casas un día tienen que salir esos muebles que no nos caben en las nuestras, porque ni siquiera nos explicamos como hicieron para meterlos ni qué utlidad pueden tener en nuestras vidas todos esos aparadores y alacenas destinados a acoger todas las vajillas de las que nos tenemos que deshacer. De esas casas que un día hay que desmontar y cerrar salen nuestras vidas hechas retales y, francamente, dudo que Jesús de Nazareth cuando nombraba sin cesar la casa del Padre tuviera presente tantos problemas de infraestructura como los que les cuento.

    Esas casas que otrora estaban llenas e incluso superpobladas se han ido vaciando y dejando sus papeles pintados resquebrajados  y sus moquetas hechas jirones y, llega un día, en el que la casa se queda vacía y el último o la última de sus ocupantes la tiene que abandonar y entonces, empieza otro capítulo de la historia y, sólo entonces, nuestra casa (la que pagamos a plazos) ahora sí, se convierte en la casa del padre. Y les tocará a oros vaciarla, es ley de vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario