viernes, 11 de abril de 2014

Elemental, querido Dalai.

    Ya sé que ustedes saben que yo no soy una persona Zen, lo que no sé si les consta es lo mucho que intento remediarlo. Para empezar, sigo los consejos de todos mis amigos que sí lo son, y sobre todo de mis amigas, porque me he dado cuenta que lo de la paz de espíritu es un asunto más femenino que masculino. También me leo con atención toda esa cascada de frases bonitas y espiritualmente reconfortantes que me llegan por Facebook; como yo sólo pongo en mi muro fotos de mi ciudad, de bandejas de churros y viñetas de Forges, aprecio que los demás tengan un sentido trascendente de la vida que yo no tengo, aunque reconozco que les hago poco caso. El último intento ha sido proponerme la lectura cotidiana, cada noche antes de apagar la luz, de una frase del Dalai Lama, siguiendo un libro que, hasta ahora, yo había recomendado y regalado varias veces sin aplicarme la receta: "365 meditaciones cotidianas del Dalai Lama", que es la versión tibetana del misal de nuestras abuelas.

    Empecé el uno de enero con muchas ínfulas y mucho método, una frasecita cada noche. A día de hoy voy por la meditación número cien, y visto lo visto, y como no mejoren los elevados pensamientos del querido Dalai, no sé si llegaré a la 365 sin tirar el libro a la papelera. No sé si es porque  el hombre ya está mayor, o porque desde pequeñito le contaron que todo lo que salía por su boca sería objeto de veneración, pero creo que pensamientos como "todos los seres buscan la felicidad y detestan sufrir, incluso los insectos que se nos escapan entre las manos"  no son como para  encontrar consuelo en momentos de zozobra. Otra: "los pensamientos y actos gobernados por el amor son claramente beneficiosos para nuestra salud"; y no digamos cuando el monje se mete a analizar el matrimonio: "el hombre debe satisfacer a la mujer y la mujer al hombre. Si no cumplen cada uno los deseos del otro, el resultado es la separación" o "si ustedes deciden emprender una vida en común con alguien, reflexionen antes sobre las responsabilidades que eso conlleva"; ésto se lo debió contar al Dalai alguna monja budista que sí  tuvo vida marital antes de ingresar en el monasterio...

    Hay que admitir que su vida no ha sido fácil, aunque antes de que los chinos lo echaran de su casa vivía en un palacio con mil habitaciones y era un gobernante dotado de un inmenso poder tanto político como espiritual sobre sus súbditos, cuestión esta, la de mezclar los asuntos religiosos con los civiles, que me pone especialmente nerviosa. También es justo reconocerle al Dalai que haya renunciado al poder  en los asuntos terrenos y que se limite a viajar por el mundo denunciando a los ocupantes chinos sin disparar un tiro ni incitar a la violencia,  en el 89 le dieron el Nobel de la paz por ello y desde entonces el Nobel ha ido a parar de vez en cuando a manos no siempre tan limpias de sangre como las suyas. Ahora bien, leídas hasta ahora cien de sus meditaciones, reconozco mi incapacidad para sacarles la sustancia (será precisamente porque no soy Zen)  y prefiero leer para la tranquilidad de mi espíritu a Santa Teresa, Voltaire, Ortega, Azaña y si me apuran a Gila, que nadie lo reconoce pero era un gran filósofo.

    El librito me lo voy a acabar porque yo tengo esa enfermedad de acabar de leer casi todo lo que empiezo, pero algo me dice que no supondrá un antes y un después en mi vida, lástima. Por ahora me quedo con la meditación número catorce, en la que sí me identifico con esas cosas tan obvias que me cuenta el Dalai: "buena parte de nuestras preocupaciones son  consecuencia de pensar demasiado. Somos nosotros mismos los que fabricamos muchos de nuestros padecimientos"...Elemental, querido Dalai! A veces pienso que no haberte corrido una buena juerga en tu juventud, con bocadillo de calamares a las seis de la mañana y entonación a cuatro voces del vino que tiene Asunción, lleva a ciertos adultos a creer que están en posesión de verdades inmutables que algunos ya descubrimos  hace muchos años. Al budismo tibetano me parece que le falta un poco de filosofía de bar para acercarse a la vida cotidiana, que es la que nos abruma a las mentes atormentadas.

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