miércoles, 28 de septiembre de 2011

Torturas consentidas

  Hoy ha tocado mamografía, como religiosamente toca una vez al año para seguir las consignas de los sabios doctores, porque por gusto no hay quién se someta a ello. Cuando iba esta tarde camino del hospital pensaba que si me topara con Gurb, el marciano de la novela de Eduardo Mendoza, y le tuviera que explicar lo que me iban a hacer sería breve la descripción: vas a un hospital con el corazón en un puño donde unas amables enfermeras te agrarran tu delantera y la pillan entre dos cristales para radiografiarla dejándola del grosor de un sandwich de jamón y queso (sin lechuga ni tomate) y después una no menos amable senóloga te hace una ecografía de las mismas en la que cada vez que le dan a la lente de aumento para ver más con más detalle, a tí se te acelera el pulso pensando que ya encontraron algo; hasta que la señora te dice que todo en orden y sales corriendo de allí hasta el año que viene. Y ésta es una tortura autorizada, dentro del catálogo de torturas varias a las que, a saber por qué, nos sometemos las mujeres. 

   Hay otra entre las autorizadas, que yo no  he padecido pero que por lo que me han relatado mis amigas que sí, me basta para incluirla en el catálogo de los horrores. Atiende por el bonito nombre de "sacaleches", se supone que es una liberación para las madres lactantes pero parece que a la hora de la verdad y dada la mecánica del procedimiento, debería  estar prohibida por algún convenio de protección de los Derechos Humanos. 

   Pero las torturas no sólo son autorizadas, sino que también pueden se consentidas, y entre estas últimas no se me ocurre otra mejor ni más a propósito que la depilación, que aparece mencionada ya en La Celestina y que desde entonces (y han pasado siete siglos) sigue preocupando a media humanidad, porque ahora también los hombres se han apuntado a ello. 

   Mi primer contacto con la cera con propósitos arrancadores fue en una de aquellas tardes de peluquería de mi infancia (véase entrada de "La peluterapia") al ver como se la aplicaban en las cejas a una señora que se dejaba hacer sin más...Yo que ya tenía problemas para despegarme una tirita de una herida me hice cargo rápidamente de la que se me venía encima. La cera se volvió antigua, engorrosa y poco eficaz cuando apareció la maquinita de nombre "Epilady" y todas sus primas hermanas de nombres y apellidos semejantes. Este aparatejo nos prometió mejores resultados, menos quemaduras y mayor facilidad de empleo, a cambio de no acabar de forma radical con los dichosos pelos, que a los pocos días asomaban de nuevo como si tal cosa. Juraría que el invento vino directamente de los sótanos donde Pinochet y los suyos actuaban impunemente.

    Y así, con los avances de la ciencia hemos llegado al Santo Grial del láser, que sí promete resultados eternos, lo cual está por ver, a cambio de un sablazo monumental en Euros y varios sablazos por minuto y centímetro cuadrado de piel; que terminada la sesión parece una parcela arrasada por una erupción volcánica. Insisto y repito porque me parece digno de mencionarse: a ésto último los hombres también se apuntan, en un bonito gesto de solidaridad de género o para ver si es verdad el dicho de que para presumir hay que sufrir. 

   Sin entrar en descripciones de otras peritas en dulce como las limpiezas de cutis abrasivas, las operaciones de cirujía estética, las visitas al podólogo (antes callista) , el yoga a 45° de temperatura, el Pilates, y ciertas sesiones de gimnasia destinadas a fortalecer vaya usted a saber qué músculos, podemos concluir que el ser humano en general y el ser femenino en particular, está dispuestos a tolerar mucha tortura...y además consentida y de pago. Buenas noches. 

sábado, 24 de septiembre de 2011

La peluterapia

   Hoy por fin los sabios doctores nos han dado el alta, la bacteria impertinente que ha puesto mi hogar boca abajo durante tres semanas nos ha abandonado y ante mi se abre un fin de semana de dos largos días con promesa de metereología clemente (a ver si...) y aunque suene a topicazo: "y yo con estos pelos"...Tengo que ir a la peluquería.

   La peluquería era para mi un suplicio en mi infancia, cuando llevaba por imperativo materno una melena de medio metro y tres kilos de espesor que me hice prometer que me cortarían una vez pasada la primera comunión y que jamás he vuelto a dejar crecer. La peluquería era ese lugar donde nuestras madres iban todas las semanas y donde pasaban la tarde metidas debajo de unas escafandras que ya no se usan ni en los transbordadores espaciales; allí se hablaba de lo divino y de lo humano (más bien de lo segundo) y se compartía por riguroso turno el Hola, el Lecturas y el Semana. Se salía dos horas más tarde de haber entrado  con un cardado que elevaba la estatura al menos cinco centímetros, a ellas, nuestras madres,  les parecía una tarde muy aprovechada y yo, adolescente de grandes principios, juraba entonces que antes muerta que pasar dos horas de mi precioso tiempo en semejantes lugares.

   Pero hete aquí que la historia nos pone a todos en nuestro sitio y yo, la militante antipeluquería de los años 70 y 80 me encontré a principios de los 90 con un brote de canas que me fue ganando la partida a ritmo desenfrenado y que me hubiera convertido en la Cruella de los 101 dálmatas si no existieran los maravillosos tintes que ocultan esa parte de mi que envejece a la velocidad de la luz. Y así, me he convertido en cliente asidua de la peluquería, a la que voy por prescripción facultativa una vez al mes y si puedo hasta dos, porque como hay que tener pocos principios para poder tirarlos por tierra más facilmente, a estas alturas de mi vida he decidido que las dos horas de la pelu son un oasis de paz en medio del frenesí cotidiano. 

    Cuando las pérfidas canas comienzan a hacerse notar, me aplico rápidamente no el tinte, sino una sesión de peluterapia, consistente en perder dos horas de mi tiempo  en las que estoy obligada a estarme quietecita (los que me conocen saben cuánto me cuesta) a no coger el teléfono, a dejarme rascar la cabeza, a leerme toda la prensa rosa de los últimos quince días y a tomarme un té a la vez que escucho las conversaciones de mi alrededor, que es en el fondo la parte que más me divierte. De allí salgo nuevamente con mi falso color natural, las puntas recortadas, el ánimo apaciguado y lista de nuevo para el combate. Finalmente veo por qué nuestras madres pasaban sus tardes en la pelu y me doy cuenta cuán equivocada estaba! Nunca es tarde para rectificar.

   No creo estar descubriéndole un mundo nuevo a nadie, pero para quien no lo haya contemplado desde este punto de vista tómese la peluterapia en dosis sabiamente administradas en el tiempo y verán sus efectos en el estado de ánimo: la peluquería, en el fondo es un grupo de autoayuda, y los peluqueros grandes psicoanalistas, aunque ellos no lo sepan.

   De postre una escena conmovedora de una de las grandes películas del cine francés sobre el tema peluquero (y hay unas cuantas) pero esta es mi favorita: "Le mari de la coiffeuse" o "El marido de la peluquera", de Patrice Leconte, a verla ya!



 

lunes, 19 de septiembre de 2011

Algunos hombres buenos

  No, no, todos los hombres no son iguales, ni mucho menos. Y afirmo a los cuatro vientos, que en medio de esa marea de maltratadores, hampones, violentos, vagos de siete suelas, incapacitados para poner la lavadora y machistas de tres al cuarto, en medio de toda esa tropa que cree tanta gente femenina que "esto es lo que hay", insisto, hay hombres buenos.

   Y los ha habido desde el principio de los tiempos, mucho antes de que el "buenismo" nos lo pusiera de moda nuestro presidente del gobierno y de que los malos ocuparan todas las páginas posibles de la actualidad. Yo los he conocido, el primero de todos mi propio padre (complejo de Electra quizás se me achaque, vale) y con él varios de su generación. Hombres que no conocían otra manera de proceder ni de andar por la vida que no fuera haciendo cosas buenas, buenos padres y mejores maridos, incapaces de defraudar ni siquiera a hacienda, y rectos como una pica, gente de fiar, vaya. Insisto, mi padre y buena parte de sus amigos que yo conocí y que por desgracia ya no son de este mundo eran así.

    Después el cine y el siglo XX nos han traído el modelo de hombre malo que es con el que nos hemos quedado, porque nos divierte más y  porque cunde más en las conversaciones, pero que da mal resultado si hay que frecuentarlo de por vida. Hace unas semanas conversaba con una amiga y nos decíamos la una a la otra que deberíamos de parar de despotricar de nuestros maridos, porque cada vez se acercaban más al modelo de hombre bueno y porque francamente, conocíamos muchos más muchísimo peores!

    Pero todos estos párrafos no son más que una tonta excusa para hablar de un hombre bueno, que además es mi pariente, y que lleva peleando contra la bestia negra del cáncer desde hace meses sin perder ni una sóla vez la cara ni tener un mal gesto con los de alrededor. Llenándose el cuerpo de venenos curativos, porque le quedan todavía algunos años por delante para seguir haciendo cosas buenas y llenas de buenas intenciones, que es lo único que sabe hacer.Un hombre bueno de los de antes, quizás uno de los que yo nominaría para el Oscar de los hombres buenos que del mundo han sido.   

Hace una semana se dejó cortar, pegar y coser durante seis horas en un quirófano y pocos días antes aún era capaz de bromear sobre ello al teléfono, mientras a mi que soy incapaz de hacerme un empaste sin anestesia, ni mirar a la jeringuilla cuando me sacan sangre, se me encogía el alma sólo de pensarlo.Este hombre bueno se merece curarse porque jamás dió un paso a derecha ni izquerda que no fuera para hacer algo bueno, y porque en ese cine americano que tanto me gusta y que tanto he visto, los malos se mueren o se van a la cárcel, y los buenos se llevan a la chica, así que no preocupes tito, que eso es lo que te va a pasar a tí!

martes, 13 de septiembre de 2011

Madre no hay más que una

  Hace unos días, Rosa Montero publicaba en su página web un artículo ya publicado el 2 de julio del 2006 en El País  titulado "Ni coja ni madre", donde con el buen juicio que la caracteriza nos recordaba como "el hecho de ser madre no es la experiencia esencial de la existencia femenina" y como tantas veces en su vida ella sentía que cuando le preguntaban el porqué de no ser madre sus interlocutores  parecían estar mencionando la cojera en la casa del cojo (de ahí el título). Me pareció una lectura refrescante y esclarecedora, y para los aficionados a las hemerotecas virtuales y a las búsquedas por los profundos océanos de Internet merece la pena coger la reseña y leerlo de nuevo.

   Hoy, trece y martes para más datos, Rosa publica de nuevo uno de sus textos iluminados, donde  la denuncia de una clamorosa  injusticia se mezcla con los más profundos sentimientos humanos y todo ello con la maternidad por medio, no se lo pierdan: "Clamores", en la edición de hoy.

   Y yo, que pertenezco a ese grupo de mujeres que como ella nunca jugó a las muñecas; yo que utilizaba los cochecitos de mis muñecas como carretillas transportadoras, yo que nunca tuve un oso de peluche para dormir, estoy bloqueada desde hace varios días en mi casa cuidando a uno de mis herederos que se ha pillado una bacteria de esas que se te meten en los pulmones, acampan y se resisten a marcharse...Y siento que es aquí, al lado de este preadolescente con un pie más grande que el mío donde tengo que estar, así se hunda el mundo, y no me cabe en la cabeza otro pensamiento que no sea el quitarle de encima el dichoso bicho aunque para ello haya que vestirse de fallera mayor y pasearse de esa guisa por la calle.

   No se si llamarlo instinto maternal, porque es un instinto que yo misma he puesto muchas veces en tela de juicio, pero alguna clavija especial debemos tener las mujeres (y los hombres) para ser capaces de lo que somos por sacar adelante nuestras proles. Algún dispositivo especial que se nos activa de forma salvaje e imparable ante ciertas situaciones, como a la madre de la protagonista del artículo de Rosa Montero, como a esta humilde servidora.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Vuelta al cole

  De nuevo enchufada a este invento tras una semana de paréntesis, vuelta al cole obliga (entre otros menesteres). La vuelta al colegio es ese gran acontecimiento que cambia el ritmo de las familias y hace que incluso en tiempos de crisis las papelerías y las tiendas de zapatos infantiles hagan bote . Es el uno de enero de muchos de nosotros, porque es a partir de esa fecha cuando empieza de verdad a discurrir el año, y es la semana de Reyes para el Corte Inglés y alguna que otra editorial de libros de texto. 

   Qué curioso que recordemos todos tantos primeros días de colegio y que se nos olvide lo que aprendimos en él en muchos casos! Para refresco de las memorias poco ejercitadas, propongo un ejercicio sencillo a la par que enriquecedor: qué tal si revisamos las listas de libros que "había que leer" en aquellos años infantiles y adolescentes cuando de Harry Potter no teníamos noticias? Yo lo he intentado y les aseguro que leer voluntariamente algunos de los títulos que a continuación propongo, veinte años después de que me obligaran a ello, ha sido toda una experiencia, a saber:

- "Lazarillo de Tormes", y recordar algo más que el episodio de las uvas y el ciego
- "Fuenteovejuna": o los indignados del Siglo de Oro, "Quién mató al comendador?"...
- "La Regenta": el mejor y más intenso melodrama que jamás haya dado la literatura española, en dos tomos.
- "El Jarama", que leíamos saltando las páginas de cincuenta en cincuenta porque no pasaba nada
- "La familia de Pascual Duarte", intenso donde los haya, y concentrado en pocas páginas, por eso era más popular.
- "El camino": este era y es mi favorito, sólo con abrirlo ya huele a trigo por segar y a encina . 

    Para los que quieran subir nota siempre queda el Quijote, que al ser lectura obligatoria en los planes de estudio de los años setenta, ha fomentado que toda una generación ande por ahí dándose el pisto de que lo ha leído...principalmente los políticos. El ministerio de educación debería crear una especie de licencia que sólo autorice a los que sí  se lo han leído entero y de verdad a hablar de él. 

   Y después siempre queda la posibilidad de hacer una ficha diciendo algo más que "este libro me ha parecido muy interesante", para revivir viejos tiempos. Y en cualquier caso, seguir leyendo y darle un fuerte aplauso a esos sufridos profesores para quienes la vuelta al cole es el inicio del Paris Dakar pero sin coche, por poner un ejemplo deportivo, 

VA POR USTEDES MAESTROS!!!!!!

viernes, 2 de septiembre de 2011

La primera vez que:

    Hoy no llueve, pero septiembre es el mes de la nostalgia, y de los recuerdos y a mi me da de vez en cuando por recordar la primera vez que hice muchas cosas. Se acuerdan ustedes de sus primeras veces? (de todas las primeras veces, no sólo de "esa"...).A mi Dios me ha dado sino la belleza sí una memoria de elefante, que conservo y ejercito para no perderla con ejercicios como éste.

    Recuerdo perfectamente la primera vez que fui al colegio: los de mi generación íbamos creciditos al colegio porque la guardería no existía; me recuerdo con el uniforme de cuadros verdes y apretando la mano de mi madre. Y recuerdo perfectamente la primera vez que vi el mar, que debió ser poco después, en Santander, de donde guardo imágenes borrosas acercándome a la orilla de la mano de mi abuela, que iba correctamente vestida de calle porque las abuelas de entonces no se ponían bañador, que al fin y al cabo lo único que hacían era remojarse las pantorrillas. Y recuerdo la primera vez que conseguí leer un libro de corrido, y hasta el nombre de la monja que me enseñó a leer que se llamaba Dionisia y era más vieja que Matusalén.

   Entre los ritos iniciáticos de la edad adulta, recuerdo con especial detalle mis primeras caladas a un cigarrillo: fue exactamente la semana que nos sacamos todos los escolares de vacaciones gracias a la muerte de Franco, en la tapia de un solar sin construir, Ducados comprados uno a uno y que ya entonces me supieron tan mal, que consiguieron que jamás me enganchara al tabaco a pesar de haberme pasado toda mi adolescencia y primera juventud rodeada de fumadores empedernidos. Tiene gracia que para los que no éramos ni grandes ni pequeños en  el año de la muerte de Franco, el asunto se nos haya quedado grabado por la semana de vacaciones que nos dieron!

    Recuerdo la primera vez que subí a un avión, nerviosa y excitada ante la idea de que las azafatas me dieran "un zumo gratis" para hacer un trayecto de Madrid a Málaga, que ahora el AVE se merienda en tres horas, pero que en los años setenta era como organizar una expedición a las fuentes del Nilo. Ya entonces se ve que me picó el gusanillo viajero que sigo conservando y alimentando. Recuerdo también la primera vez que salí de España "al extranjero de verdad" y no sólo a comer a la frontera portuguesa: me apunté a una especie de pregrinación a Roma en plenas navidades (las jornadas de la juventud de aquel entonces) con dos días de autobús por medio, alojamiento en cómodos pabellones de deportes y conventos varios y cuerpo a tierra en saco de dormir. Pero vimos Roma por tres perras, lo pasamos de miedo y nos hicimos un montón de amigos.Cuando vi este verano a los peregrinos por Madrid me preguntaba cuántos de ellos no habrían hecho como yo aquellos años en los que gracias a las reuniones de Taizé (así se llamaba el invento )conocí Londres, Paris, Roma y Colonia.Me cuesta creer que todos fueran hasta Madrid sólo para escuchar a Benedicto bajo un sol abrasador!

  Y pasando a la historia reciente, recuerdo que hace veinte años un tipo me tiró los tejos como ninguno lo había hecho y aquí sigo con él veinte años después. 

   Y las primeras veces nunca se acaban, porque el 26 de agosto de este año, yo que reniego bastante de los medios de comunicación modernos, me pongo a escribir un blog, y aquí me tienen.